El Valencia se sitúa provisionalmente tercero tras remontar al Atlético de Madrid con dos goles de Joaquín - El equipo de Emery suma su séptima victoria en ocho partidos pero su juego continúa siendo muy irregular
VICENT CHILET La vida sigue igual en el Valencia, envuelto en su paradoja victoriosa, con su asombrosa racha llena, sin embargo, de matices, de demasiados interrogantes. Dudas que son palpables incluso contemplando la excepcional clasificación de los valencianistas, situados provisionalmente en la tercera plaza, el liderato de los mortales. El equipo de Unai Emery conquistó ayer su séptima victoria en ocho partidos, al remontar con dos goles de Joaquín, en un momento dulce, a un Atlético de Madrid instalado en la zozobra, atenazado por sus miedos. Muy poco necesitó el Valencia para amedrentar a su rival y levantar el 1-0 adverso. Ni siquiera necesitó arriesgar (ni en los cambios, ni en el inalterable planteamiento con tres centrales) e irse decididamente a por el partido para que el Atlético cayera al más mínimo zarandeo, como una fruta madura.
En un calco del desarrollo de la mayoría de los partidos de su racha, el juego valencianista fue vacilante, el equipo estuvo a merced del rival en varias fases y hasta la suerte le acompañó, con el acierto de Guaita bajo palos o el penalti que Forlán envió al poste y que acabó por desanimar a un Atlético muy justo de autoestima. Un arreón en los minutos finales hizo el resto. Pese a todas sus deficiencias y la ausencia de una personalidad definida de juego —ayer de nuevo se cambió de sistema, de jugadores y posiciones— la visita del Schalke 04 el martes en Mestalla, en el trascendental partido de Liga de Campeones, se afronta con confianza. Con los resultados de cara, solo hay margen de mejora, a poco que se trence un fútbol más sólido. Para la estadística queda que Unai Emery, en su tercera temporada en el banquillo de Mestalla, ha roto por fin uno de los registros que más se le resistían, el de ganar a domicilio a un rival de los considerados «grandes», aunque haya sido a costa de un Atlético muy venido a menos, con Quique Flores más cuestionado que nunca.
Por el sistema (un 5-2-3 despegable, como los acordeones, hasta el 3-4-3, en función del recorrido de los laterales) y los jugadores escogidos, el Valencia tenía un plan muy concreto en el Manzanares. Tres centrales para estar serios en defensa y no conceder espacios a Reyes, Forlán y Agüero, y crear peligro a la insegura zaga del Atlético con velocidad y contragolpes. Más o menos como sucedió en la primera parte de la Copa del Rey en Villarreal. A partir de ahí, aprovechando la creciente ansiedad de los locales, en crisis de resultados y con tendencia congénita a la depresión, el partido se pondría a pedir de boca para los valencianistas. Toda esa previsión voló por los aires en poco más de dos minutos. La acumulación de efectivos no garantiza nada si no se aplica concentración y contundencia a la tarea. Bruno perdió la pelota al intentar regatear a Forlán, la pelota llegó a Reyes, que con una facilidad asombrosa se deshizo de Jordi Alba, con un rechace afortunado, y de Ricardo Costa, que le dejó el pasillo libre para que armara con facilidad el disparo cruzado y batir a Guaita.
Al Valencia le costó una eternidad meterse en el partido. Instalado en su pájara, Guaita tuvo que salir al rescate para evitar problemas mayores. Poco a poco, con la actividad de Joaquín por la banda derecha, empezó a despertar. Ni la ventaja en el marcador fortalecía a un Atlético que a la mínima veía cómo le afloraban las dudas.
A cinco minutos de acabar la primera parte, el Valencia restableció la igualada con un centro de Jordi Alba al que no llegó Soldado pero sí Joaquín, en carrera. Era la primera oportunidad clara de peligro del Valencia, y ya le había bastado para empatar. Un posible penalti de Valera a Ricardo Costa, en una acción confusa, cerró el primer acto.
La segunda mitad, mucho más igualada, y provista de lago más de emoción, pudo haberse decantado del lado del Atlético si Forlán llega a batir a Guaita en el claro penalti que Maduro cometió sobre Reyes. Lento y poco expeditivo, el holandés, uno de los jugadores al alza en las últimas fechas jugando de mediocentro, sufrió ayer mucho como central, posición en la que Emery lo alineó en detrimento de David Navarro. Forlán estrelló el balón en el poste y su equipo volvió a sumirse en la tristeza. El error, lejos de lo que pudiera parecer, no espoleó los ánimos del Valencia, con un talante conformista, esperando una contra que no llegó hasta que una galopada de Pablo dejó a Jordi Alba solo ante De Gea. Su disparo se marchó muy cerca del palo. Con la zaga permisiva, Guaita se tuvo que emplear en una acción en solitario de Agüero.
Un partido básicamente malo parecía que haría justicia al no otorgar la victoria a ningún contendiente. Entonces, a cinco minutos del final, el Valencia asestó el golpe definitivo. Topal se descolgó por sorpresa como extremo izquierdo, centró con dificultades pero acierto a Pablo, que para que Joaquín remachara raso y junto al palo. Un premio excesivo para un Valencia que, paradójicamente, continúa intratable.
En un calco del desarrollo de la mayoría de los partidos de su racha, el juego valencianista fue vacilante, el equipo estuvo a merced del rival en varias fases y hasta la suerte le acompañó, con el acierto de Guaita bajo palos o el penalti que Forlán envió al poste y que acabó por desanimar a un Atlético muy justo de autoestima. Un arreón en los minutos finales hizo el resto. Pese a todas sus deficiencias y la ausencia de una personalidad definida de juego —ayer de nuevo se cambió de sistema, de jugadores y posiciones— la visita del Schalke 04 el martes en Mestalla, en el trascendental partido de Liga de Campeones, se afronta con confianza. Con los resultados de cara, solo hay margen de mejora, a poco que se trence un fútbol más sólido. Para la estadística queda que Unai Emery, en su tercera temporada en el banquillo de Mestalla, ha roto por fin uno de los registros que más se le resistían, el de ganar a domicilio a un rival de los considerados «grandes», aunque haya sido a costa de un Atlético muy venido a menos, con Quique Flores más cuestionado que nunca.
Por el sistema (un 5-2-3 despegable, como los acordeones, hasta el 3-4-3, en función del recorrido de los laterales) y los jugadores escogidos, el Valencia tenía un plan muy concreto en el Manzanares. Tres centrales para estar serios en defensa y no conceder espacios a Reyes, Forlán y Agüero, y crear peligro a la insegura zaga del Atlético con velocidad y contragolpes. Más o menos como sucedió en la primera parte de la Copa del Rey en Villarreal. A partir de ahí, aprovechando la creciente ansiedad de los locales, en crisis de resultados y con tendencia congénita a la depresión, el partido se pondría a pedir de boca para los valencianistas. Toda esa previsión voló por los aires en poco más de dos minutos. La acumulación de efectivos no garantiza nada si no se aplica concentración y contundencia a la tarea. Bruno perdió la pelota al intentar regatear a Forlán, la pelota llegó a Reyes, que con una facilidad asombrosa se deshizo de Jordi Alba, con un rechace afortunado, y de Ricardo Costa, que le dejó el pasillo libre para que armara con facilidad el disparo cruzado y batir a Guaita.
Al Valencia le costó una eternidad meterse en el partido. Instalado en su pájara, Guaita tuvo que salir al rescate para evitar problemas mayores. Poco a poco, con la actividad de Joaquín por la banda derecha, empezó a despertar. Ni la ventaja en el marcador fortalecía a un Atlético que a la mínima veía cómo le afloraban las dudas.
A cinco minutos de acabar la primera parte, el Valencia restableció la igualada con un centro de Jordi Alba al que no llegó Soldado pero sí Joaquín, en carrera. Era la primera oportunidad clara de peligro del Valencia, y ya le había bastado para empatar. Un posible penalti de Valera a Ricardo Costa, en una acción confusa, cerró el primer acto.
La segunda mitad, mucho más igualada, y provista de lago más de emoción, pudo haberse decantado del lado del Atlético si Forlán llega a batir a Guaita en el claro penalti que Maduro cometió sobre Reyes. Lento y poco expeditivo, el holandés, uno de los jugadores al alza en las últimas fechas jugando de mediocentro, sufrió ayer mucho como central, posición en la que Emery lo alineó en detrimento de David Navarro. Forlán estrelló el balón en el poste y su equipo volvió a sumirse en la tristeza. El error, lejos de lo que pudiera parecer, no espoleó los ánimos del Valencia, con un talante conformista, esperando una contra que no llegó hasta que una galopada de Pablo dejó a Jordi Alba solo ante De Gea. Su disparo se marchó muy cerca del palo. Con la zaga permisiva, Guaita se tuvo que emplear en una acción en solitario de Agüero.
Un partido básicamente malo parecía que haría justicia al no otorgar la victoria a ningún contendiente. Entonces, a cinco minutos del final, el Valencia asestó el golpe definitivo. Topal se descolgó por sorpresa como extremo izquierdo, centró con dificultades pero acierto a Pablo, que para que Joaquín remachara raso y junto al palo. Un premio excesivo para un Valencia que, paradójicamente, continúa intratable.
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