Los ejecutivos del Valencia —ya no sabe uno quién manda en la parcela deportiva, si el coordinador técnico (?), el encarregat de Paterna o el mismísimo presidente— deben de ser de los pocos mortales que aún creen en los chollos. El personal sensato, ante una ganga escandalosa, lo primero que hace es torcer el gesto; lo segundo, mosquearse, y lo tercero, salir huyendo antes de que le timen. Desconozco si en el VCF se les erizaron los vellos al comprobar la bicoca que les ofrecían con Jonás, o todavía creen que se venden duros a cuatro pesetas. Lo digo porque, a parte de que los fichajes invernales casi nunca salen bien (véase el Chori) no tengo claro que lo que más necesite ahora Unai sea un delantero centro, en lugar de un armador de juego o de un refuerzo para su desconcertada defensa. Ellos sabrán.
Lo cierto es que desde que se marchó Javier Subirats, el VCF, más que planificar una plantilla y tener un proyecto de juego, ha ido parcheando el equipo con remiendos, aquí y allá, hasta despersonalizarlo por completo. El Valencia de la década anterior gustaba a unos y desagradaba a otros —sobre todo a los de Madrid, que respiraban por la herida— pero era perfectamente identificable. Al de ahora no se le reconoce ninguna característica propia; si acaso, su eficaz explotación de las jugadas de estrategia, de las que es responsable Emery. De la indefinición, en cambio, no cabe culpar al entrenador y sus rotaciones. Eso es una falacia. Rafa Benitez alternaba jugadores tanto o más que ahora, pero el equipo tenía un estilo perfilado. El altísimo nivel de exigencia del futbol actual requiere de una utilización equilibrada de todos los jugadores. Mourinho, que no confía en los suplentes ni en los jóvenes y además se las tiene tiesas con Valdano, acabará pagando la acumulación de partidos a la que está sometiendo al Madrid.
El caso es que el VCF se descuelga ahora con el sorprendente fichaje de Jonás, que según sus promotores no es un nueve, ni un extremo, ni tampoco un interior. Mucho me temo que se va a convertir en un tapón de Isco, de Alcácer, o de ambos a la vez. Al tiempo.
Lo cierto es que desde que se marchó Javier Subirats, el VCF, más que planificar una plantilla y tener un proyecto de juego, ha ido parcheando el equipo con remiendos, aquí y allá, hasta despersonalizarlo por completo. El Valencia de la década anterior gustaba a unos y desagradaba a otros —sobre todo a los de Madrid, que respiraban por la herida— pero era perfectamente identificable. Al de ahora no se le reconoce ninguna característica propia; si acaso, su eficaz explotación de las jugadas de estrategia, de las que es responsable Emery. De la indefinición, en cambio, no cabe culpar al entrenador y sus rotaciones. Eso es una falacia. Rafa Benitez alternaba jugadores tanto o más que ahora, pero el equipo tenía un estilo perfilado. El altísimo nivel de exigencia del futbol actual requiere de una utilización equilibrada de todos los jugadores. Mourinho, que no confía en los suplentes ni en los jóvenes y además se las tiene tiesas con Valdano, acabará pagando la acumulación de partidos a la que está sometiendo al Madrid.
El caso es que el VCF se descuelga ahora con el sorprendente fichaje de Jonás, que según sus promotores no es un nueve, ni un extremo, ni tampoco un interior. Mucho me temo que se va a convertir en un tapón de Isco, de Alcácer, o de ambos a la vez. Al tiempo.
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