Las aristas del fútbol dan para mucho. Si no, que se lo pregunten a los aficionados del Levante. Anoche, durante ochenta y cinco minutos, los granotas disfrutaron al comprobar la superioridad de su equipo sobre el vecino, pero la realidad es que abandonaron el estadio muy amargos, al ver cómo en el marcador figuraba un 0-1. Los del Valencia, al contrario, ya que pocos confiaban en una victoria que se resistía porque los de Emery, nada proponían. Pero así es el fútbol. El caramelo, lo sabora el Valencia. Y Unai, respira.
El Levante puede estar orgulloso de su afición. Ni un pero. Dos horas antes del partido, más de tres millares de hinchas ya esperaban al equipo a las puertas del estadio, de ahí que, la llegada, se convirtiera en la primera descarga de adrenalina de la noche. Para bien o para mal. Para los jugadores del Levante, escuchar el ánimo de sus aficionados, debió ser toda una inyección de moral —al menos, al bajar del autobus, sus caras así lo demostraban—; mientras que los valencianistas, capearon como pudieron, los silbidos y los gritos de reprobación recibidos. Lógico.
Ya en el campo, la situación se maximizó, mientras una atronadora música de ambiente intentaba excitar a la grada que anoche se disponía a vivir su sexto derbi. Los futbolistas, de uno y otro equipo, lo primero que vieron salir del túnel de vestuarios y pisar el césped fue una pancarta, de unos cincuenta metros, con el lema: «101 anys d´orgull granota del cap i casal». Los jugadores, por cierto, salieron juntos portando una Senyera, mientras desde la grada se lanzaban miles y miles de papelitos.
Tras un minuto de silencio
—para recordar a Kevin, del
cadete del Alquerías fallecido ayer—, arrancó el partido. Y la fiesta. Un derbi en el que jugaban seis valencianos, cuatro con el Levante —Ballesteros, Cerra, Pallardó y Juanfran— y dos con el Valencia —Guaita y Soldado— .
A los dieciseis mil aficionados no le costó nada meterse en el partido. ¿Qué es lo que quiere un levantinista, darle un baño al vecino? Pues el inicio no les defraudó. Por momentos, el Levante fue el equipo de Champions, y el Valencia el recien ascendido.
García Plaza sabía que, si su equipo asfixiaba en el arranque al Valencia, podía hacer aflorar los nervios en el equipo de Emery y que éste, antes o después, se descompondría. Y esa fue la consigna. Y el Valencia, imberbe, cayó en la trampa. También se equivocó Clos Gómez al pitar, en el minuto 25, un inexistente penalti sobre Maduro que Mata lanzó a la grada para delirio de la afición local. Para el Ciutat de València, la fiesta iba alcanzando tintes superlativos, mientras los pocos valencianistas allí congregados lamentaban la falta de elaboración de juego del Valencia y la poca chispa de un equipo que, por momentos, vive empanado.
La ovación, cuando los jugadores se dirigían al vestuario, fue atronadora. Y la salida. Los silbidos hacia Clos Gómez también fueron mayúsculos, pero… es algo que forma parte del fútbol. La mejoría del Valencia —al menos en actitud— silenció Orriols que, helada, veía cómo se agotaba el tiempo y el Levante no sacaba provecho de su superioridad porque ni Caicedo ni Juanlu estaban acertados ante Guaita. Quiso Emery animar a su equipo, y a la grada, y sacó a Vicente por Soldado sirviendo en bandeja al estadio poder silbar al de Benicalap. ¡Vaya pitada! Y en pleno éxtasis, Mata silenció a la grada. El derbi ya tenía dueño.
El Levante puede estar orgulloso de su afición. Ni un pero. Dos horas antes del partido, más de tres millares de hinchas ya esperaban al equipo a las puertas del estadio, de ahí que, la llegada, se convirtiera en la primera descarga de adrenalina de la noche. Para bien o para mal. Para los jugadores del Levante, escuchar el ánimo de sus aficionados, debió ser toda una inyección de moral —al menos, al bajar del autobus, sus caras así lo demostraban—; mientras que los valencianistas, capearon como pudieron, los silbidos y los gritos de reprobación recibidos. Lógico.
Ya en el campo, la situación se maximizó, mientras una atronadora música de ambiente intentaba excitar a la grada que anoche se disponía a vivir su sexto derbi. Los futbolistas, de uno y otro equipo, lo primero que vieron salir del túnel de vestuarios y pisar el césped fue una pancarta, de unos cincuenta metros, con el lema: «101 anys d´orgull granota del cap i casal». Los jugadores, por cierto, salieron juntos portando una Senyera, mientras desde la grada se lanzaban miles y miles de papelitos.
Tras un minuto de silencio
—para recordar a Kevin, del
cadete del Alquerías fallecido ayer—, arrancó el partido. Y la fiesta. Un derbi en el que jugaban seis valencianos, cuatro con el Levante —Ballesteros, Cerra, Pallardó y Juanfran— y dos con el Valencia —Guaita y Soldado— .
A los dieciseis mil aficionados no le costó nada meterse en el partido. ¿Qué es lo que quiere un levantinista, darle un baño al vecino? Pues el inicio no les defraudó. Por momentos, el Levante fue el equipo de Champions, y el Valencia el recien ascendido.
García Plaza sabía que, si su equipo asfixiaba en el arranque al Valencia, podía hacer aflorar los nervios en el equipo de Emery y que éste, antes o después, se descompondría. Y esa fue la consigna. Y el Valencia, imberbe, cayó en la trampa. También se equivocó Clos Gómez al pitar, en el minuto 25, un inexistente penalti sobre Maduro que Mata lanzó a la grada para delirio de la afición local. Para el Ciutat de València, la fiesta iba alcanzando tintes superlativos, mientras los pocos valencianistas allí congregados lamentaban la falta de elaboración de juego del Valencia y la poca chispa de un equipo que, por momentos, vive empanado.
La ovación, cuando los jugadores se dirigían al vestuario, fue atronadora. Y la salida. Los silbidos hacia Clos Gómez también fueron mayúsculos, pero… es algo que forma parte del fútbol. La mejoría del Valencia —al menos en actitud— silenció Orriols que, helada, veía cómo se agotaba el tiempo y el Levante no sacaba provecho de su superioridad porque ni Caicedo ni Juanlu estaban acertados ante Guaita. Quiso Emery animar a su equipo, y a la grada, y sacó a Vicente por Soldado sirviendo en bandeja al estadio poder silbar al de Benicalap. ¡Vaya pitada! Y en pleno éxtasis, Mata silenció a la grada. El derbi ya tenía dueño.
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