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martes, 1 de marzo de 2011

Campaña contra Navarro (por su mala cabeza)


Además de la lluvia y el granizo que jarreaban sobre San Mamés, el Valencia tuvo que luchar el domingo contra otros elementos mucho más poderosos, gravosos e inesperados. El árbitro, sin ir más lejos, que dejó de señalar, al menos, un penalti clamoroso por unas manos estridentes de Ekiza; también pudo haber otro, más discutible, cuando Iraizoz derribó a Soldado. Dos lances que debieron decantar el partido desde sus orígenes. O tal vez no; también habría podido ocurrir que, con el marcador en contra, el Athletic se hubiera desmelenado mucho antes y el Valencia acabara meciéndose en su desternillante defensa, que es lo mismo que columpiarse en un trapecio manco: tortazo garantizado. Vaya usted a saber.
Lo que está claro es que con los árbitros hay que contar, cada día más, como otro imponderable del juego, aunque, a diferencia de otros, como los postes o el larguero, que son tangibles, los colegiados son intocables. Qué se lo pregunten a Carcedo, expulsado del banquillo por armar la décima parte del jaleo que acostumbra a montar Mourinho en la banda, cada domingo. O a Soldado, vilipendiado con un penalti no sancionado y encima, ultrajado con una tarjeta.
No ya por lo que sucedió en Bilbao, que fue lo de menos, sino por lo visto en el resto de la jornada, aquel viejo aforismo según el cual, "los enemigos del fútbol son tres: el árbitro y sus dos ayudantes" sigue en vigor. Incluso agrandado, porque ahora, la nómina de auxiliares ha aumentado. Pobre fútbol.
El caso es que la desafortunada actuación de Muñiz Fernández en La Catedral, quedó eclipsada por la irrupción de otro elemento en contra, con el que, a pesar de los precedentes, en principio, nadie contaba: el descontrol de David Navarro. Fofo como un merengue reseco en el primer gol, se le volvió a ir la pinza y quiso luego resarcirse cuando no tocaba y ante un objetivo inapropiado: Fernando Llorente, el niño bonito de la Selección, alto, rubio, ojo azules, el capricho de las quinceañeras, racial, más españolista que vasquista, codiciado por el Real Madrid y recientemente apadrinado por Butanito II. Imperdonable. Ese codazo se lo propinan a otro más modesto y menos mediático, por ejemplo Casquero, un suponer, y el predicador nocturno de las ondas no arma el escándalo que ha montado. Que se lo pregunten al susodicho futbolista del Getafe, cuando fue alevosamente pisoteado por el madridista Pepe, otro con el disco duro rayado, pero al que, gozando de la protección mediática madrileña, se le disculpan sus destemplanzas. David Navarro, que ya venía de partirle la nariz a Javi Martínez, debió acabar en la caseta cuando el codazo a Llorente. Pero hay otros que no deberían pisar los campos. Y ahí están.
De manera que dispongámonos a soportar con ánimo templado y resignación cristiana otra campaña contra el defensa saguntino, semejante a la que le montaron a David Albelda cuando lo de Zidane. (Aquel angelito que se cargó alevosamente a Pinto y a Crusat, que a la sazón militaban en el Lleida y el Celta, respectivamente. Ambos sufrieron lesiones de larga duración pero no contaron con la protección de la flamígera espada vengadora de De la Morena, para ajusticiar de inmediato al futbolista francés del Madrid, causante de tales quebrantos, como le ocurrió la otra noche a David Navarro. Todavía hay clases).



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