«Las victorias tienen muchos padres, mientras que la derrota es huérfana». La frase la pronunció John F. Kennedy el 20 de enero de 1961 en su discurso de investidura como presidente de los Estados Unidos. Unai Emery experimentó ese sentimiento en el viaje de vuelta a Valencia tras la humillación por 5-1 en el Camp Nou. El técnico vasco se mostró ausente, desolado y con la mirada perdida desde la llegada al aeropuerto de El Prat hasta el aterrizaje en el de Manises. Fue el último en acceder al avión, apurando la hora de embarque, y uno de los primeros en bajar. En silencio, sin hablar con nadie. Una soledad implacable que respetaron su más cercanos colaboradores, como Juan Carlos Carcedo o el delegado Voro, que no quisieron intercambiar pareceres con el de Hondarribia en el regreso.
Manuel Llorente decidió que no era el momento, en caliente, de hablar con su entrenador y regateó su encuentro del mismo modo que lo había echo, una hora antes, a las cámaras de Canal +. Pero su rostro reflejaba cual era su pensamiento. El presidente, que se apoyó en Jordi Bruixola para pasar el amargo trago del regreso a casa, quedó muy decepcionado por la falta de actitud del equipo en el terreno de juego y no se podía explicar la bajada de brazos colectiva tras el empate de Messi. Cuando hace unos meses dejó claro aquello de «ser terceros es necesario pero no suficiente», además de referirse al resto de competiciones que iba a afrontar la entidad quería hacer referencia a la actitud de los jugadores y del cuerpo técnico en cada uno de los partidos. Y espectáculos tan bochornoso como el del domingo no son admisibles en una entidad como el Valencia, a la que no se le puede exigir, en esta liga bipolar a la que asistimos en las últimas temporadas, que luche por las dos primeras plazas pero sí que muestre un mínimo de orgullo y competitividad.
El consejero Fernando Giner, que no viajó en la ida a Barcelona ya que estaba disputando el partido de la liga de veteranos contra el conjunto culé, también se mostró decepcionado, más que por el partido por la imagen lastimosa que durante muchos minutos destiló el equipo. Algún integrante del cuerpo técnico valencianista llegó a comentar, durante el propio encuentro, que el gol de Piatti había llegado demasiado pronto, en clara referencia a la presumible reacción del Barcelona, que llegó unos minutos después en forma de tormenta con Messi, Alexis, Cesc e Iniesta como máximos estiletes en ataque.
Emery subió al autocar, que esperaba a la expedición en la terminal de llegadas de Manises pasadas las dos y media del lunes, con el mismo semblante serio. Unas horas después ya se encontraba en su puesto habitual de trabajo en la Ciudad Deportiva de Paterna. Hasta allí quiso acercarse Braulio Vázquez. Y lo que se encontró el coordinador de la secretaría técnica del club fue a un Unai más hundido incluso que la noche anterior.
El vasco aún no se podía explicar los motivos que llevaron a su equipo a jugar en el alambre de haberse llevado del Camp Nou la mayor goleada de la historia del club, que se produjo el 13 de octubre de 1940 frente al Sevilla con un resultado de 10-3, ya que a los cinco goles marcados por el Barcelona hay que sumarle los dos balones estrellados al larguero por el equipo de Guardiola y las ocho paradas, la mayoría de ellas vendido, que realizó Diego Alves a los delanteros del Barça.
El Valencia no recibía una 'manita' en Barcelona desde hace más de treinta años, fue el 22 de noviembre de 1981 con dos goles de Quini, dos de Morán y uno de Schuster. Una goleada que la afición valencianista tardará mucho tiempo en olvidar... y perdonar.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2012-02-21/soledad-unai-emery-20120221.html
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