Pasó lo que tenía que pasar. Ganó el Valencia y lo hizo exhibiendo los mismos argumentos que el Rayo Vallecano, aderezados por chispazos de calidad que resultaron totalmente determinantes. Esta clase de puntos no sirven para dar lustre pero son los que permiten al equipo engordar el saco y eliminar dudas gratuitas. Pasar por Vallecas, para equipos grandes como el valencianista, siempre tiene sus riesgos. Si ganas cumples, si pierdes el empastre es mayúsculo por no decirlo de otra manera, y si empatas, además del punto, te llevas un buen disgusto.
Después de lo que pasó contra el Real Madrid, con la dichosa mano fantasma que parece no acabar nunca tras lo de Tamudo, y la inyección de autoestima del día del Genk, al Valencia le tocaba resetear su disco duro y adaptar todo el potencial que tiene a las circunstancias que campo y rival exigían. Emery dio un lavado a la defensa y decidió ofrecer la alternativa a Barragán para ver si el chaval está o no capacitado para el futuro. El lateral aportó lo suyo y mantuvo el nivel general de sus compañeros para una tarde más arisca que otra cosa.
Porque desde bien pronto se vio que el encuentro no iba a transcurrir por un camino cómodo ni mucho menos vistoso. Puestos a jugar al fútbol, el que tenía todas las de perder era por supuesto el Rayo, sorprendente en este inicio de temporada, pero inferior a los de Unai. Por eso el Valencia sabía que la dinámica para frenar la primera acometida local era morder tanto o más que los rayistas y dejar que el transcurso del tiempo fuera colocando a cada uno en su sitio. Lejos pues de encogerse por las circunstancias del campo y del rival, a los valencianistas -ayer de negro- les vino bien ese primer intercambio de golpes facilones para darse cuenta de que la tarde iba a ser de trabajo más que de calidad.
Que se lo pregunten si no a los dos laterales que eligió Unai para su defensa. Jordi Alba se las tuvo bien tiesas desde prácticamente el pitido inicial con el incordio del rapidísimo Lass y el debutante Barragán debía ahogar la inspiración de Piti. Anulando esas vías de entrada, el Valencia ya tenía buena parte de su labor encaminada. El resto dependía pues de un momento de inspiración, de un destello; casi imposible de encontrar ante la acumulación de botas que circulaban por el centro del campo.
Fue Mathieu, ayer situado como interior por delante de Jordi Alba, el que primero probó fortuna. El potente lanzamiento del francés, con la izquierda aunque escorado un tanto al lado derecho, no inquietó apenas al meta del conjunto madrileño, pero al menos sirvió para recordar al resto de la tropa que no está mal intentarlo alguna vez por si suena la flauta.
Y vaya si sonó. Diez minutos después de ese apunte de Mathieu, el que se decidió fue Jonas. Y esta vez sí que hizo daño. El brasileño la enganchó con la pierna derecha desde la frontal y dejó al público madrileño en silencio. A Cobeño, quizás un poco fuera de situación, no le quedó otro remedio que recoger la pelota de dentro de su portería. El Valencia había conseguido hacer lo más complicado: ponerle el lazo a un partido espeso y en ocasiones hasta vulgar que sólo podía conducir, de seguir así, a un reparto generoso de puntos.
Se estaba observando un Valencia bien diferente al que tres días antes había destrozado al Genk en la Champions. Al Rayo, limitadísimo a la hora de manejar el balón desde atrás y con muchísimos problemas cuando Movilla tenía que ganarse el pan en el centro del campo, le venía bien la soledad de Soldado y la ausencia de combinaciones entre los acompañantes del nueve. Porque ni Mathieu ni Feghouli ni tan siquiera Jonas conseguían ponerse de acuerdo. Tampoco Tino Costa ayudaba mucho para ello desde su espalda.
Por eso, con este panorama de vulgaridad general, al menos los valencianistas podían presumir de tener bien amarrado un buen pedazo del premio en disputa. Sólo aparecieron los nervios a balón parado, cuando Diego Alves tuvo que aparecer -milagrosamente- casi al final del primer acto para fastidiarle un remate de cabeza de Arribas que hubiera significado el empate.
El brasileño estuvo rápido ahí y ágil cuando nada más empezar el segundo tiempo un cabezazo de Michu tenía toda la pinta de colarse de no haber sido por la intervención del meta valencianista. Fue, no obstante, un destello rayista que acabó en nada. A los ocho segundos de la reanudación había forzado un córner y a los 30 llegó ese intento de Michu. Parecía que al Valencia se le iba a complicar la vida de seguir el rival con esta dinámica pero nada más lejos de la realidad.
En un momento de inspiración colectiva, los valencianistas fulminaron al Rayo. La jugada llegó por la derecha y ahí intervinieron un buen puñado de jugadores para hacer una operación perfecta con la suma de los ingredientes justos. La velocidad, el toque, el desmarque, el centro y hasta el engaño de dejar pasar el balón por debajo de las piernas de Mathieu para que Tino Costa la ajustara con su zurza al palo contrario donde se encontraba Cobeño. Perfecto. Hicieron el agujero por la derecha para aniquilar al rival por la izquierda. Un gustazo de gol al contragolpe: lo mejor con diferencia del partido.
Ahí se acabó la historia para el Rayo. Si aún creía que iba a remontar, en ese momento tuvo claro por qué los de Emery pueden presumir de lucir por ahora con todo merecimiento la medalla de bronce de esta Liga. Por supuesto, a los rayistas les hundió ese 0-2 mientras que a los valencianistas les dio libertad para darle mayor movilidad al esférico. Tino empezó a coger cuerpo en el centro del campo, Feghouli no paró de hacer metros -pasó de la banda a la mediapunta- y Mathieu pisó cada vez más dominios madrileños. Aprovecharía Unai para retirar a un apagado Soldado y también a Jonas, seguramente con el objetivo de evitar que alguna bota descontrolada acabara por lastimarlos además del cansancio que podían acumular tras la cita europea.
Entrarían en esa fase de teórica tranquilidad Aduriz, Pablo y Piatti y aunque es verdad que el Valencia no le perdió en ningún momento la cara al partido, los últimos instantes resultaron demasiado inquietos. Sobre todo porque Tamudo se aprovechó de toda su veteranía para engañar al árbitro y colársela a Diego Alves. El delantero controló con bastante claridad pero con picardía el esférico con las manos y gracias a eso pudo acomodarse el balón para hacer el tanto que amenazaba con echar al traste la hora y media de callada labor.
Vallecas se volcó, el Rayo apretó a su manera y el Valencia tuvo que recurrir a buena parte de sus energías para no dejarse amedrentar. Hasta subió un par de veces Cobeño por aquello de que en su día, y estando en el Almería, otro colega de profesión enchufara un gol a Diego Alves.
De la incertidumbre se llegó a pasar a la agonía, sobre todo cuando en la última falta del partido el Valencia quiso dejar en fuera de juego a toda la línea de ataque rayista y lo único que consiguió es que el estadio se quedara en silencio. No había posición antirreglamentaria y sólo el patadón casi a la última butaca de la grada evitó un empate maldito. Menos mal.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2011-11-27/vitaminas-para-futuro-20111127.html
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