«Cinco son las cosas importantes en la guerra de trincheras», relataba George Orwell en «Homenaje a Cataluña»: «Leña, comida, tabaco, velas y el enemigo». Traducido al código de una batalla futbolística, el autor habría hablado de físico, técnica, estrategia, táctica, ocasiones, del rival... En ninguno de estos conceptos salió vencedor el Valencia en la tosca contienda matinal vivida ayer en el Reyno de Navarra. No hizo valer su superioridad técnica, apenas generó ocasiones y, como en ocasiones precedentes, no supo aguantar en el tramo final una renta, la del gol de Soldado, que habría sido un exagerado premio. Nada mueve al conjunto blanquinegro de su privilegiada tercera posición, pero los dos puntos sumados de los últimos nueve posibles deberían invitar a la reflexión.
Las ocho bajas le dejaron a Unai Emery un once de marcado estilo técnico, con Banega y Tino Costa, que pocas veces han coincidido como titulares, más Jonas, escorado sin embargo a la banda y sin tanta libertad de movimientos en la mediapunta para conectar con Soldado. Con esos jugadores, el Valencia solo se sentiría cómodo tocando la pelota, aguantando la posesión. Un negocio arriesgado con Osasuna de local, un equipo que no entrega un palmo ni regala un picatoste a su rival. El Valencia no impuso su calidad en la medular, no se daban cuatro pases seguidos y se impuso el ímpetu físico de los rojillos en la primera mitad. Era un partido áspero, infestado de interrupciones y mucha tensión, generada por las quejas por posibles penaltis en el área valencianista y la sobreexcitación de Raúl García. Solo en una de esas acciones, en un balón rebotado que Dealbert sacó entre la cabeza y el codo, había un castigo punible.
Por más que intentara salir del cenagal, con Diego Alves iniciando raso y al pie cada jugada, a veces temerariamente, sobrado en la capacidad técnica de los goleiros brasileños, el partido no cambiaba. Poco ofrecía el Valencia, que tampoco explotó la alternativa de los disparos de media distancia. La primera acción realmente peligrosa del Valencia no se produjo hasta el minuto 22, cuando Jonas se descolgó por el centro y mandó uno de sus ya clásicos pases a Soldado, a la espalda de los centrales. El delantero valencianista, con poco ángulo, disparó fuera, buscando el primer palo. Con el juego trabado, sin solución de continuidad, Jonas lo intentaría en una acción individual, con dos regates seguidos, pero su chut, muy forzado, rebotó en el central Sergio. La primera mitad acabó con el Sadar encendido con bronca y pañolada hacia Teixeira Vitienes.
Alves, al rescate
Las paradas salvadoras de Diego Alves empiezan a ser una preocupante tradición en los primeros minutos de cada parte. El meta subsanó con creces el error del primer acto, cuando casi cocina un desastre al intentar regatear a Lekic, que luego simuló un penalti. Alves intervino con reflejos para desbaratar un cabezazo de Raúl García y un posterior golpe franco del iraní Nekounam. Unai Emery entendió que el encuentro ya no estaba para florituras que no aparecían y que debía adaptarse a las condiciones del fútbol directo impuesto por Osasuna. El Valencia recuperó las bandas con la entrada del chaval Bernat — el mejor jugador de la pretemporada, luego incomprensiblemente ignorado— y con Aduriz como pareja de Soldado. Todo ello en detrimento de Jonas y de Banega, que argentiniza al equipo con un ritmo de toque raso, muy horizontal, demasiado paciente para un partido tan trabado. Los caminos hacia el gol no requerían de tantos trámites y sí de más velocidad y presencia en las áreas. No se gozaban sin embargo de oportunidades (algún intento lejano de Tino Costa, un buen pase en profundidad de Feghouli a Soldado) y por lo general cada centro era fácilmente despejado en las dos áreas. La segunda parte se equilibró y Osasuna notaba las consecuencias de su derroche físico. No se esperaba ningún arreón postrero de los locales. El partido olía a lánguido empate, pero con Roberto Soldado sobre el campo ninguna previsión es fiable. Aunque el Valencia no había chutado entre los tres palos, el atacante criado en el Don Bosco mantiene afilados los cinco sentidos. Es capaz de convertir un churro, el del disparo del Tino con la derecha, en una maravillosa asistencia para peinar el balón de cabeza al segundo palo, inalcanzable para Andrés Fernández. Soldado fue caballeroso y no celebró el gol ante una afición, la del viejo Sadar, que todavía profesa cariño por el Gudari.
El Valencia sumaba un premio excesivo. Quedaban cinco minutos más el descuento. Un rescoldo más que suficiente para que los de Emery, poco duchos en dormir partidos, sufrieran en la defensa de su renta y acabaran perdiéndola. Igual que ante el Mallorca, Betis, Bayer Leverkusen o el Sevilla, en Copa del Rey. El castigo llegó tras la expulsión de Albelda, una peligrosa entrada con los dos pies por delante a Timor. Una roja directa de libro que el capitán asumió al instante. El empate fue de una simpleza demoledora. Falta, balonazo al punto de penalti, Lekic le gana en el salto a Aduriz y Alves deja la pelota muerta en el rechace para que fusile Lolo. Una película ya vista.
Las ocho bajas le dejaron a Unai Emery un once de marcado estilo técnico, con Banega y Tino Costa, que pocas veces han coincidido como titulares, más Jonas, escorado sin embargo a la banda y sin tanta libertad de movimientos en la mediapunta para conectar con Soldado. Con esos jugadores, el Valencia solo se sentiría cómodo tocando la pelota, aguantando la posesión. Un negocio arriesgado con Osasuna de local, un equipo que no entrega un palmo ni regala un picatoste a su rival. El Valencia no impuso su calidad en la medular, no se daban cuatro pases seguidos y se impuso el ímpetu físico de los rojillos en la primera mitad. Era un partido áspero, infestado de interrupciones y mucha tensión, generada por las quejas por posibles penaltis en el área valencianista y la sobreexcitación de Raúl García. Solo en una de esas acciones, en un balón rebotado que Dealbert sacó entre la cabeza y el codo, había un castigo punible.
Por más que intentara salir del cenagal, con Diego Alves iniciando raso y al pie cada jugada, a veces temerariamente, sobrado en la capacidad técnica de los goleiros brasileños, el partido no cambiaba. Poco ofrecía el Valencia, que tampoco explotó la alternativa de los disparos de media distancia. La primera acción realmente peligrosa del Valencia no se produjo hasta el minuto 22, cuando Jonas se descolgó por el centro y mandó uno de sus ya clásicos pases a Soldado, a la espalda de los centrales. El delantero valencianista, con poco ángulo, disparó fuera, buscando el primer palo. Con el juego trabado, sin solución de continuidad, Jonas lo intentaría en una acción individual, con dos regates seguidos, pero su chut, muy forzado, rebotó en el central Sergio. La primera mitad acabó con el Sadar encendido con bronca y pañolada hacia Teixeira Vitienes.
Alves, al rescate
Las paradas salvadoras de Diego Alves empiezan a ser una preocupante tradición en los primeros minutos de cada parte. El meta subsanó con creces el error del primer acto, cuando casi cocina un desastre al intentar regatear a Lekic, que luego simuló un penalti. Alves intervino con reflejos para desbaratar un cabezazo de Raúl García y un posterior golpe franco del iraní Nekounam. Unai Emery entendió que el encuentro ya no estaba para florituras que no aparecían y que debía adaptarse a las condiciones del fútbol directo impuesto por Osasuna. El Valencia recuperó las bandas con la entrada del chaval Bernat — el mejor jugador de la pretemporada, luego incomprensiblemente ignorado— y con Aduriz como pareja de Soldado. Todo ello en detrimento de Jonas y de Banega, que argentiniza al equipo con un ritmo de toque raso, muy horizontal, demasiado paciente para un partido tan trabado. Los caminos hacia el gol no requerían de tantos trámites y sí de más velocidad y presencia en las áreas. No se gozaban sin embargo de oportunidades (algún intento lejano de Tino Costa, un buen pase en profundidad de Feghouli a Soldado) y por lo general cada centro era fácilmente despejado en las dos áreas. La segunda parte se equilibró y Osasuna notaba las consecuencias de su derroche físico. No se esperaba ningún arreón postrero de los locales. El partido olía a lánguido empate, pero con Roberto Soldado sobre el campo ninguna previsión es fiable. Aunque el Valencia no había chutado entre los tres palos, el atacante criado en el Don Bosco mantiene afilados los cinco sentidos. Es capaz de convertir un churro, el del disparo del Tino con la derecha, en una maravillosa asistencia para peinar el balón de cabeza al segundo palo, inalcanzable para Andrés Fernández. Soldado fue caballeroso y no celebró el gol ante una afición, la del viejo Sadar, que todavía profesa cariño por el Gudari.
El Valencia sumaba un premio excesivo. Quedaban cinco minutos más el descuento. Un rescoldo más que suficiente para que los de Emery, poco duchos en dormir partidos, sufrieran en la defensa de su renta y acabaran perdiéndola. Igual que ante el Mallorca, Betis, Bayer Leverkusen o el Sevilla, en Copa del Rey. El castigo llegó tras la expulsión de Albelda, una peligrosa entrada con los dos pies por delante a Timor. Una roja directa de libro que el capitán asumió al instante. El empate fue de una simpleza demoledora. Falta, balonazo al punto de penalti, Lekic le gana en el salto a Aduriz y Alves deja la pelota muerta en el rechace para que fusile Lolo. Una película ya vista.
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