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miércoles, 29 de abril de 2015

No apoyen al Valencia pues

DESMEMORIATS / JOSEP LIZONDO. HOY Tiene que aguantar que se choteen de él en tertulias subvencionadas y que estos personajes se rían en la cara de la gente mientras hinchan pecho por sus tropelías, dando lecciones de gestión



VALENCIA. 
Cuando regresó a la actualidad lo de Newcoval hice un ejercicio de esnobismo sin parangón. Busqué en twitter qué decía yo del asunto en sus tiempos, y entre mucho absurdo, encontré algo llamativo, una frase destacada de una columna escrita en este medio que le pedía a un Salvo recién aterrizado que desenmascarara a los autores materiales e intelectuales de la operación. Nunca lo hizo. Incluso mostrándose el mandamás amenazante en alguna junta de accionistas no se atrevió. Salvo ha desarrollado una cualidad mariana (de Mariano Rajoy) muy peculiar, y que se la definió al gallego José María García con una esclarecedora brutalidad. "Mariano", le dijo el butanito, "tienes una virtud; allá por donde pasas no manchas", seguía, "y un defecto; allá por donde pasas no limpias".
Tal vez no sea muy certero decir que Salvo no limpia; aunque convendremos que no es lo mismo pasar el plumero que coger el estropajo. Y el ejecutivo a sueldo de nuestro amado líder jamás se atrevió con lo segundo. Por su mal entendida bondad ahora tiene que aguantar que se choteen de él en tertulias subvencionadas y que estos personajes se rían en la cara de la gente mientras hinchan pecho por sus tropelías, dando lecciones de gestión.
Lo cual nos lleva al segundo escenario. La rentrée del afer, que de forma preocupante va adquiriendo trazas de aquel viejuno "que vienen los rojos" que servía tanto para tapar un roto como un descosido, deja a la intemperie muchas agonías.
Agonía primera. Cualquiera con un mínimo de sentido común entendía que la operación se asemejaba mucho al timo del tocomocho; un entramado de empresas medias y con problemas facturando cantidades que ni en sueños hubieran imaginado, y de paso, sacando plusvalías revendiendo o explotando patrimonio ajeno a costa de convertir al club en un pobre (y dependiente) crónico. Con aspectos tan salvajes como el de la cubierta del nuevo estadio. Una aberración estética cuya instalación y mantenimiento era dos veces más cara que la resultante del proyecto original, rebajada al ámbito de la mofa por los defensores del Llorentismo.
Agonía segunda. "Newcoval es para el Valencia como ganar la Champions". Damià hizo su trabajo, lo mismo que hace/haría ahora a la inversa o a la reversa si se lo pidieran. Y lo hizo bien. El silencio stampa levantado en torno al tema lo tejió con sus propias manos; todos veían algo raro, casi nadie se lo tragó, pero ninguno dijo nada al respecto. En unos casos por aplicar aquello del apoyo incondicional, en otros por sincera amistad, y en los de más allá, porque si se comían el huevo kinder encontrarían una sorpresa en su interior. Si apoyar al Valencia es eso, déjenlo de apoyar pues.
Agonía tercera, o segunda bis. Ha costado, pero, ya nadie niega que el club estuvo dirigido por tipos que se sirvieron de él en beneficio propio. Antes, decir estas cosas era sinónimo de que te llamaran 'antivalencianista' o te dijeran '¿pero a ti te parece algo bien?' Curiosamente, ambas cosas se repiten hoy día en cuanto cuestionas una coma del discurso oficial. Mirémonos todos al espejo, que también tenemos parte de culpa. Y abramos los ojos, no sea que nos la vuelvan a colar mientras aplaudimos cualquier ventosidad.

Agonía cuarta. Esto de Rato, que llega vía Madrid, evidencia una vez más el nivel de podredumbre en la que estaba instalada la élite política, envalentonada por la desidia ciudadana, que no toleraba la crítica cuando podía atar perros con longanizas. "Que roben, mientras me vaya bien me la pela" debiera ser lema nacional. Por ahí aparece ahora Rus, el moralista mayor del reino, y con todos ellos vemos lo que muchos no quisieron ver durante el proceso de venta, y es ese maquillaje soez con el que pretendían tapar sus verdaderas intenciones. Que no eran otras que cambiarlo todo para que todo siguiera igual.
Lástima que Valencia sea una ciudad donde mayormente (a pesar de todo tengan fe, que afortunadamente los hay muy buenos) se trafica con la información en lugar de ser una urbe donde el periodismo se use para lo que se inventó, que no fue para otra cosa que para denunciar los abusos y desmanes del poder. Para la historia quedan las cabeceras locales que se alinearon con estos especímenes e intentaron con ahínco boicotear el traspaso accionarial por puro interés. No, dejen de apuntar a los redactores; a quien deben señalar es a los editores, ellos son los censores del siglo XXI.
Agonía quinta. Todo esto nos deja también una perversión que, personalmente, no tolero. Y es esa mala costumbre de premiar a toda esta clase de gente con un olvido redentor. Haciendo como si jamás hubiesen existido. Ciscarse en el VCF siempre salió gratis por esa afición nuestra a girar la testa y mirar para otro lado.
Así que no, chavales. Apoyar al Valencia no es aplaudírselo todo; ni crearle al que manda enemigos externos para tener un coco con el que asustar; ni ejercer esa estupidez del 'mane qui mane, visca el govern'. Apoyar al Valencia es defenderlo de sus propios gestores, sean cuales sean.
De haber madurado esa costumbre puede que hubiéramos criado una clase dirigente que no sólo amenazara con coger el estropajo, si no que lo hiciera de verdad. Y otra, que no se atrevería a olvidarse de explicar en junta, o en rueda de prensa, o en vídeo, o por Whatsapp, una operación del calado de Newcoval; y de hacerlo, hubiera existido una masa crítica suficientemente amplía que se lo afeara hasta hacerles temblar.
Y menos, estaríamos poniéndoles medallas a los mercaderes del sentiment, cuando sabemos con certeza que ellos hubieran sido los defensores a ultranza de todo esto - "por el bien del Valencia" - de no haberles quitado sus privilegios como ya lo fueron en el pasado de otros asuntos del mismo calado. Ni todas esas, ni tantas otras cosas. Espero, que al menos, hayamos aprendido la lección. Porque si no, menuda tropa.

Agonía final. Aunque le tenga alergia al estropajo, a Salvo siempre se le reconocerá una cosa (que no es una cosa cualquiera) y es su empeño en que la trama newcovalera disfrazada de rusos y buitres no consiguiera imponerse. Sobre las intenciones reales o secundarias (si hubieran) que interprete cada cual según sus filias y fobias; pero lo que es, es, y esto no se lo puede negar nadie.

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