“¿Será él o no?”. En el metro de Londres, los aficionados creen reconocer en ese veinteañero con barba rojiza a un famoso futbolista español del Chelsea. No están seguros. Es muy raro ver en elunderground a una estrella de laPremier. Juan Mata, asturiano de 24 años, es un jugador atípico: callejea,visita los museos, acude a cines y teatros, actúa de anfitrión y guía turístico de los amigos españoles que pasan por su casa… Como un estudiante del programa Erasmus, aunque, claro, con mucho más dinero.
Todos han visto en alguna parte de la capital británica a Mata en los últimos meses. El tiempo sobrante lo dedicó a ser el mejor del Chelsea en su primera temporada (el precedente se remonta al holandés Gullit en 1996) y a prepararse para disputar mañana la final de la Champions contra el Bayern en el estadio Allianz de Múnich. En Stamford Bridge ya dejó su tarjeta de presentación: 12 goles y 13 asistencias.
“Se marchó de casa a los 15 años y estuvo interno en un colegio de Madrid [cuando fichó por el club del Bernabéu]”, explica su padre, también Juan, cuando se le plantea a qué se debe una adaptación tan rápida a la vida londinense. “A los 18, siendo casi un niño, llegó a aquella caseta del Valencia llena de figuras [en plena convulsión por el enfrentamiento de Ronald Koeman, el técnico que le dio continuidad en el campo, con los tres pesos pesados: Albelda, Cañizares y Angulo] y ahora a la del Chelsea con todos esos fenómenos. Ha tenido que buscarse la vida cada día. No es que haya salido de su casa de Oviedo a los 23 años precisamente…”.
El dominio del inglés ha sido determinante. El día que fueron a concretar su fichaje con el presidente del Chelsea, el padre le advirtió de que su hijo ya hablaba perfectamente la lengua de Shakespeare. “A ellos les encanta que hables su idioma”, sostiene. Muchos han fracasado en la Premier en parte por la falta de comunicación: desde Reyes, en el Arsenal, hasta Juande Ramos, cuando entrenó al Tottenham.
Mata vive en un bloque de apartamentos del barrio de Chelsea, en Brick Lane, cerca del río, vecino de su compañero de equipo y centrocampista Oriol Romeu. A media hora del campo de entrenamiento. Se turnan con sus coches y se ayudan ahora que el catalán juega poco desde que Roberto di Matteo sustituyó hace dos meses como entrenador a André Villas-Boas.
Es un jugador atípico: callejea, visita los museos, acude a cines y teatros, actúa de anfitrión y guía turístico de los amigos
Jugó Mata desde el primer día. El Chelsea no tenía a nadie como él para actuar entre las líneas, dotado de esa calidad técnica excepcional. En el verano pasado, Vilas-Boas le llamaba a menudo para que se fuera de Mestalla rumbo a Stamford Bridge. Curtido por las guerras internas en el vestuario valencianista, no le asustaron los choques de egos entre el técnico portugués y algunos de los veteranos de los blues. La llegada de Di Matteo no ha cambiado nada su estatus dentro del campo. Se ha ganado el respeto de todos.
Como cualquier joven de su edad, Mata maneja con soltura las redes sociales y su relación con los medios de comunicación es privilegiada: habla con quien cree oportuno. El Chelsea raciona las entrevistas y pone filtros para que la prensa se acerque a otros jugadores y empleados, pero a Mata le da plena libertad confiando en la sensatez de sus declaraciones. En apenas unos meses se ha convertido en una especie de embajador del equipo.
También, en un anfitrión para muchos de sus amigos hospedados en su casa con la excusa de conocer Londres. Les sirve de guía: aquí, el Big Ben; allí, el London Eye. Un día, en el mercado de Portobello, una turba de españoles le reconoció y se puso en cola para fotografiarse con él. Los hinchas ingleses son más distantes en eso. Durante el partido ponen toda la pasión en los cánticos y las celebraciones. Después se alejan del día a día de los jugadores. Si entra en un restaurante de lujo, lo normal es que los comensales millonarios, muchos de origen indio, no sepan quién es. No les gusta el fútbol. En el metro, sí. En él sí le reconocen, aunque no estén convencidos del todo de que sea realmente él.
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