ALBERTO SANTAMARÍA . Hoy
VALENCIA. Todavía lo recuerdo como si fuera ayer y ya han pasado algo
más de 10 años. Yo no era más que un simple crío. O mejor dicho, un
adolescente en plena edad del pavo que andaba loco detrás de las chicas
-‘cuántas más mejor, pensaba'. ¡Qué tiempos!-. Lo reconozco, la gran
mayoría de mis pensamientos giraban en torno a dos ejes: las mujeres y
el fútbol. Mis ligues -los justitos, no nos vamos a engañar- y mi
Valencia. Mi equipo. Mi pasión. Y sin duda, aquel año 2002, me fue mejor
lo segundo que lo primero. Bien pensado, ahora tampoco es que lo
primero haya mejorado en exceso...En fin, a lo que iba.
Era una tarde de domingo de mayo. En Valencia apenas lucía el sol. Pasado el tiempo, he llegado a comprender por qué el astro rey no quiso estar en una cita tan importante. Aquel día 5, toda la luz de la ciudad del Turia prefirió desplazarse hasta la Costa del Sol para iluminar con tonos blanquinegros el estadio de La Rosaleda. Pero como digo, eso solo lo entendí después. El Valencia estaba a punto de escribir una de las mejores páginas de su historia.
Era una tarde de domingo de mayo. En Valencia apenas lucía el sol. Pasado el tiempo, he llegado a comprender por qué el astro rey no quiso estar en una cita tan importante. Aquel día 5, toda la luz de la ciudad del Turia prefirió desplazarse hasta la Costa del Sol para iluminar con tonos blanquinegros el estadio de La Rosaleda. Pero como digo, eso solo lo entendí después. El Valencia estaba a punto de escribir una de las mejores páginas de su historia.
La
noche anterior apenas pude dormir. Ése no era un buen presagio. Tampoco
concilié el sueño 24 horas antes de las finales de París y de Milán.
Pero en esta ocasión, el final iba a ser distinto. Pasé toda la mañana
preparando el sótano de mi casa para ver el choque rodeado de mis
amigos. Estábamos todos. Habíamos quedado con dos horas de antelación
para vivir el previo como toca. Ataviados con nuestras camisetas
teníamos la intención de convertir aquel espacio en un pequeño Mestalla.
Nos habíamos conjurado: ‘chicos, que a nadie le quede ni un hilo de voz
acabar el partido. Se nos tiene que escuchar en Málaga'.
Se acercaban las siete de la tarde, hora del inicio y en mi cabeza -ésa en la que sólo cabían chicas y fútbol- se repetía una y otra vez la pregunta que tantas y tantas veces le había hecho a mi padre. ¿Papá, algún día veré al Valencia ganar una Liga?. Él siempre me respondía lo mismo aunque, sinceramente, creo que lo hacía para que me callara un rato: "No tengas ninguna duda". Dos horas después, la pelota le dio la razón.
Los de Rafa Benítez llegaban a tierras andaluzas después de que Baraja personificara con dos goles una remontada ante el Espanyol difícil de olvidar. El conjunto che dependía de sí mismo. Si ganaba conseguiría la quinta Liga desde su fundación. Y en 45 minutos, lo consiguió. Primero con un cabezazo de Ayala. Fabián se suspendió eternamente en el aire para cabecear el balón a la red. Toda la ciudad enloquecía pero El Ratón, grande entre los grandes, pedía tranquilidad -más tarde conocí a un amigo que, una década después continua diciendo que ese gesto con los brazos se lo hizo a él al comprobar que sus ojos se le salían de las órbitas de tanta emoción-. Y en el descuento, Fabio Aurelio cerraba el duelo, la victoria y el título con un gol que tardó más de 4 minutos en subir al marcador.
Al descanso, Valencia se había tirado a la calle. Quedaba media parte, pero todos sabíamos que a aquel equipo de Benítez era imposible hacerle dos goles. Imposible. Yo apenas pude ver la reanudación. El corazón me iba a estallar. Quería irme a la Plaza del Ayuntamiento a celebrar con los míos que uno de mis sueños se había hecho realidad. Y así lo hice. La noche fue larga y casi mejor no entrar en detalles. Lo que sí puedo afirmar es que desde entonces, Málaga siempre será especial para mí. Un estadio que nunca olvidaré porque aquel 5 de mayo de 2002, el césped del estadio que hoy volverá a chafar el Valencia, será, por siempre, Tierra Santa.
Se acercaban las siete de la tarde, hora del inicio y en mi cabeza -ésa en la que sólo cabían chicas y fútbol- se repetía una y otra vez la pregunta que tantas y tantas veces le había hecho a mi padre. ¿Papá, algún día veré al Valencia ganar una Liga?. Él siempre me respondía lo mismo aunque, sinceramente, creo que lo hacía para que me callara un rato: "No tengas ninguna duda". Dos horas después, la pelota le dio la razón.
Los de Rafa Benítez llegaban a tierras andaluzas después de que Baraja personificara con dos goles una remontada ante el Espanyol difícil de olvidar. El conjunto che dependía de sí mismo. Si ganaba conseguiría la quinta Liga desde su fundación. Y en 45 minutos, lo consiguió. Primero con un cabezazo de Ayala. Fabián se suspendió eternamente en el aire para cabecear el balón a la red. Toda la ciudad enloquecía pero El Ratón, grande entre los grandes, pedía tranquilidad -más tarde conocí a un amigo que, una década después continua diciendo que ese gesto con los brazos se lo hizo a él al comprobar que sus ojos se le salían de las órbitas de tanta emoción-. Y en el descuento, Fabio Aurelio cerraba el duelo, la victoria y el título con un gol que tardó más de 4 minutos en subir al marcador.
Al descanso, Valencia se había tirado a la calle. Quedaba media parte, pero todos sabíamos que a aquel equipo de Benítez era imposible hacerle dos goles. Imposible. Yo apenas pude ver la reanudación. El corazón me iba a estallar. Quería irme a la Plaza del Ayuntamiento a celebrar con los míos que uno de mis sueños se había hecho realidad. Y así lo hice. La noche fue larga y casi mejor no entrar en detalles. Lo que sí puedo afirmar es que desde entonces, Málaga siempre será especial para mí. Un estadio que nunca olvidaré porque aquel 5 de mayo de 2002, el césped del estadio que hoy volverá a chafar el Valencia, será, por siempre, Tierra Santa.
http://www.plazadeportiva.com/ver/646/-malaga--tierra-santa--.html
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