La sensación de fin de ciclo no es asunto de matemáticas. Los números dicen que Unai Emery ha sido un técnico eficiente para el Valencia y probablemente lo sea hasta el día en que deje definitivamente el banquillo blanquinegro. Para agotar una idea, un estilo, una filosofía y un estilo de vida hace falta algo más. Da la sensación de que este Valencia es flojo de mollera, incapaz de dar tres alegrías consecutivas a su afición. Débil en los momentos del todo y nada, incluso ante un equipo menor como el Espanyol, que campó a sus anchas para bailar a un once que fue muchas cosas, pero nunca competitivo.
Apostó Emery por colocar a Tino Costa de mediapunta y a Parejo junto a Topal. El mundo al revés por mucho que en el Bernabéu la jugada le saliera a pedir de boca. Jonas ejerció de nueve -un papel que no le va- y Aduriz se quedó en el banquillo. Pochettino -puro morbo en los banquillos- y su Espanyol venían de una racha negativa. Encontró en el Valencia a la víctima perfecta para tomar aire y acercarse de nuevo a puestos europeos.
De la mano de Sergio García, ¡qué jugador!, el Espanyol arrinconó a los blanquinegros de principio a fin. Era sólo cuestión de tiempo que plasmara su superioridad en el marcador. En uno de los arrebatos de García halló el camino del gol. Quebró a un par de defensores y vio a Gómez libre de marca, que llegaba como un torpedo a los dominios de Guaita. El chaval sólo tuvo que empujarla para dar el primer disgusto a Emery y hacer tangible la indefinición valencianista.
Lo peor estaba por llegar. Nadie de la tropa blanquinegra daba un paso al frente, nadie encontraba la fórmula para desactivar el deseo irrefrenable del Espanyol. Así llegó el tanto de Verdú, con un toque exquisito y mortal para Guaita. Su zurdazo, mezcla de convicción y seda, se alojó en la escuadra de la portería del Valencia. Aquellos que inmediatamente rememoraron el encuentro histórico en el que Rufete salvó la vida a Benítez todavía en el frío Montjuic, se debieron quedar de piedra.
Todo lo que siguió a los dos goles de los pericos fueron patadas y más patadas. Cuatro de los cinco jugadores apercibidos que jugaron en Cornellà vieron la amarilla y no podrán estar ante el Betis. Sintomático, revelador. Por no funcionar, hasta Guaita cambió los puños de hierro por los guantes de plastilina. Estaba intranquilo el valenciano, y culminó su mediocre partido con una pifia que acabaría significando el tercero del Espanyol. De nuevo García fue el más pícaro para dar un balón de oro a Álvaro Vázquez, que sentenció el duelo a puerta vacía.
En el descanso, Emery sustituyó a Parejo y Pablo para dar entrada a Aduriz y Feghouli. Era pronto para lo que acostumbra el vasco, pero demasiado tarde para esta batalla en concreto. También hubo minutos de Canales, pensando más en la rehabilitación que en el propio partido, pero al cántabro sólo le valieron para el sufrimiento. Sólo estuvo en una jugada y cometió un penalti que Iglesias Villanueva omitió. La goleada tuvo la rubrica de Uche, preciso en una definición imposible para Guaita.
Por todo ello, la segunda vuelta del Valencia (17 puntos de 42 posibles) está más cerca del descenso que de la nobleza. Por esa debilidad mental, el Málaga puede recuperar la tercera plaza esta misma tarde si gana a la Real Sociedad. Llegó el fin de ciclo. Sobran los motivos.
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