J. V. Aleixandre
Nada hay más tentador que el pecado. Nada resulta mas placentero que la transgresión. No estoy hablando de esos beatos postulados teológicos en los cuales no creo, ¡Dios me libre! Estamos hablando de fútbol, única religión verdadera y universal en la que comulgo, en compañía de unos pocos jubilados que estamos ya hasta la higa de otras creencias más impresentables como las que todavía tratan de amedrentarnos. ¡A otros perros con esos huesos!
Gracias a esa ciega creencia insobornable en el totem esférico, al que generaciones y generaciones siguen venerando como su única reliquia, las gradas de Mestalla van a reventar esta noche, para espanto de sus actuales carceleros y admiración de sus clásicos cofrades. Los primeros, obcecados con la cuestión numérica, todavía no se explican cómo un equipo que arrastra tantos desencantos en los últimos tiempos, es capaz de seguir suscitando hoy semejantes adoraciones.
Mestalla pretende pecar esta noche de lujuria porque es consciente de que ya ningún partido le va a proporcionar mayor placer en lo que resta de temporada. Asistir a una heroica clasificación de su equipo para una final europea es lo último que le queda por ver esta temporada. Pero, si por una de aquellas la velada se tuerce y la cosa se complica, ese mismo Mestalla caerá en el pecado de la ira. Y, harto de las renuncias de su equipo, cabreado con las trapisondas de su entrenador y enojado con las injustificadas decisiones del palco, dará rienda suelta a sus bajos instintos. ¡Peligro! Puede ir todo por el aire.
Había ganas. La eliminación europea del Barcelona ha provocado un indisimulada satisfacción en el madridismo. Le tenían ganas a Guardiola, a Messi y a todo lo que han venido representando. Pero eso no condena al Chelsea. Su propuesta futbolística es tan legítima como cualquier otra. ¡Faltaría más!
Gracias a esa ciega creencia insobornable en el totem esférico, al que generaciones y generaciones siguen venerando como su única reliquia, las gradas de Mestalla van a reventar esta noche, para espanto de sus actuales carceleros y admiración de sus clásicos cofrades. Los primeros, obcecados con la cuestión numérica, todavía no se explican cómo un equipo que arrastra tantos desencantos en los últimos tiempos, es capaz de seguir suscitando hoy semejantes adoraciones.
Mestalla pretende pecar esta noche de lujuria porque es consciente de que ya ningún partido le va a proporcionar mayor placer en lo que resta de temporada. Asistir a una heroica clasificación de su equipo para una final europea es lo último que le queda por ver esta temporada. Pero, si por una de aquellas la velada se tuerce y la cosa se complica, ese mismo Mestalla caerá en el pecado de la ira. Y, harto de las renuncias de su equipo, cabreado con las trapisondas de su entrenador y enojado con las injustificadas decisiones del palco, dará rienda suelta a sus bajos instintos. ¡Peligro! Puede ir todo por el aire.
Había ganas. La eliminación europea del Barcelona ha provocado un indisimulada satisfacción en el madridismo. Le tenían ganas a Guardiola, a Messi y a todo lo que han venido representando. Pero eso no condena al Chelsea. Su propuesta futbolística es tan legítima como cualquier otra. ¡Faltaría más!
http://www.levante-emv.com/deportes/2012/04/26/mestalla-huele-pecado/900276.html
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