J. V. Aleixandre
http://www.levante-emv.com/deportes/2012/05/04/valencia-dni/902227.html
El Valencia volverá a competir el próximo curso en Europa. Misión cumplida, según su presidente, aunque si se pone en plan duro, como es él, aún falta asegurar la tercera plaza que abre la puerta directa a la Liga de Campeones. Por ahí quiere acceder Llorente, y no por una cuestión de prurito, sino por puro trámite administrativo de seguridad financiera. No vaya a ser que, partiendo desde el cuarto lugar, liguilla previa mediante, el equipo se quede en el camino y todos los balances contables se le descuadren, ¡Ojito!, con desviarse un ápice de las previsiones exigibles a corto plazo, como marcan los señoritos.
El caso es que, pese a consumar ante Osasuna otros cuatro goles orgásmicos, buena parte del personal no parece satisfecho. Es lógico: el fútbol no es únicamente una cuestión de números —tú, cuatro; yo, dos sin sacarla; aquel, porra—. Es, sobre todo, un asunto de sensibilidad. Y las sensaciones que ha desprendido este año el Valencia han sido, por lo menos, raras por no decir insatisfactorias. Muy pocas veces, este equipo, ha acabado los partidos despertando pasiones. La parroquia se ha ido a la cama en estado anhelante, salvo encuentros excepcionales. Pese a que el equipo ha acampado en el tercer puesto de la clasificación, casi siempre quedó la sensación de que no puso en juego todo lo que podía, que, por otra parte, tampoco era mucho más. Pero algo, sí.
Se vio ante Osasuna, sin ir más lejos. Nunca, haciendo tan poco, se obtuvo tanto. Repasa uno la formación valencianista y salvo Jonas, el resto de la cuadrilla estuvo de un discreto gris pardo. Y, sin embargo, volvieron a repetir el embrujado guarismo del 4. Aún así, el partido apenas encendió la llama del deseo, como tantas otras tardes y noches a lo largo de la temporada. Este Valencia no está cuando se le espera, y comparece cuando no está. Pura improvisación. Pero seguimos sin saber a ciencia cierta, a qué juega, cómo juega y cuándo juega.
El caso es que, pese a consumar ante Osasuna otros cuatro goles orgásmicos, buena parte del personal no parece satisfecho. Es lógico: el fútbol no es únicamente una cuestión de números —tú, cuatro; yo, dos sin sacarla; aquel, porra—. Es, sobre todo, un asunto de sensibilidad. Y las sensaciones que ha desprendido este año el Valencia han sido, por lo menos, raras por no decir insatisfactorias. Muy pocas veces, este equipo, ha acabado los partidos despertando pasiones. La parroquia se ha ido a la cama en estado anhelante, salvo encuentros excepcionales. Pese a que el equipo ha acampado en el tercer puesto de la clasificación, casi siempre quedó la sensación de que no puso en juego todo lo que podía, que, por otra parte, tampoco era mucho más. Pero algo, sí.
Se vio ante Osasuna, sin ir más lejos. Nunca, haciendo tan poco, se obtuvo tanto. Repasa uno la formación valencianista y salvo Jonas, el resto de la cuadrilla estuvo de un discreto gris pardo. Y, sin embargo, volvieron a repetir el embrujado guarismo del 4. Aún así, el partido apenas encendió la llama del deseo, como tantas otras tardes y noches a lo largo de la temporada. Este Valencia no está cuando se le espera, y comparece cuando no está. Pura improvisación. Pero seguimos sin saber a ciencia cierta, a qué juega, cómo juega y cuándo juega.
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