Vivimos en un ambiente de crispación. Indignados por todas partes. Unos con mucha razón y otros probablemente con menos motivos. Pero los hay a porrillo, allá por donde mires. A derecha e izquierda el horizonte está tan repleto de irritados que nos hemos acostumbrado a respirar en el enfado permanente. Ya parece algo como de la familia.
Los indignados que acuñaron el epíteto el 15M parece que se van con la música a otra parte, pero sin variar de partitura y con la confianza de que su recital se convierta en el principio de una sinfonía por el cambio. En Les Corts, el nivel irritación también debe haber descendido algo, o no, después del profundo cabreo que en más de uno provocó el crucifijo de madera que Juan Cotino colocó en la Mesa de la Cámara durante la sesión de constitución.
¿Y en el Valencia, qué pasa? Pues que el club también navega en un mar de la indignación. ¡Otra cruz! Pero, ojo, nada que ver con el tema religioso de las publicidades para llenar Mestalla, que después de captar la máxima atención durante varios días (¿me siguen?) se ha arreglado el asunto con un anuncio más light.
En este caso, la cruz es la que van tener que van a tener que llevar a cuestas, al alimón, Manuel Llorente y Braulio Vázquez, por culpa de las calabazas que les ha dado el francés Kevin Gameiro.
El delantero les ha marcado un gol por la escuadra. Ha dejado al club compuesto y sin novio, y a los aficionados con un disgusto de tres pares de narices. Importa poco que el motivo del rechazo del galo radique en su informalidad, en las pretensiones de su agente, en las del tal Fery, presidente del Lorient, en la intervención del seleccionador Laurent Blanc o en los euros del Paris Saint-Germain. Eso es lo de menos. Lo de más ahora mismo es tratar de volver a ilusionar a los aficionados a los que se les pide fe y que pasen por caja y saquen el abono. ¡Qué cruz, Señor!
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