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sábado, 7 de junio de 2014

La próxima guerra de Salvo




Caray con Aurelio Martínez. Todo un ejército de peluqueros ha sido necesario para recortar el dichoso flequillito que pendía de la negociación entre Bankia y Lim, la supuesta fruslería de la que habló el economista a la claque de Mestalla hace nada menos que catorce días. Aunque a trasquilones, el corte de pelo por fin está a punto y todos pueden ya mirarse al espejo henchidos de vanidad como la madastra de Blancanieves.
Nadie critica el cambio de ‘look’, pese a que esperábamos un rapadito militar y han terminado colocándonos la cresta punk en todo lo alto. El banco presume de haber exprimido a Lim, rechazando su quita salvaje y forzándole a asumir el total de la deuda. No le falta razón, aunque para ser justo debería reconocer acto seguido el fracaso que ha supuesto para su brillante equipo de estrategas tener que sentarse a dialogar con el inversor que le impuso el Valencia. Ni Cerberus ni Zolotaya. De la tan bien apadrinada oferta árabe, mejor no hablar. Salvo dijo Lim en diciembre y junio nos trae a Lim, entonces innombrable y ahora solución menos mala para el gran acreedor, que sigue atrapado por las garras del balón.
El magnate, mientras tanto, celebra el anhelado chapuzón en las aguas cálidas del fútbol y se dispone a agitar el árbol de los fichajes al abrigo del pueblo. Ni una referencia, por supuesto, a lo mucho que ha tenido que modificar la exigua oferta inicial o al camino que elegirá en el futuro para recuperar su dinero, porque, como predijo el propio Aurelio Martínez cuando renegaba de la venta del club, nadie podía esperar que a este Valencia mortecino se acercaran los Reyes Magos con oro, incienso y mirra.
Finalmente el presidente paladea su triunfo contra todo y contra todos; la continuidad en el cargo con las alforjas rebosantes de crédito social y el camino expedito para desarrollar su proyecto; la satisfacción de quien supo distinguir la crin del caballo ganador y ahora comparece a su grupa y con viento a favor mientras se apaga el miserere de los derrotados. Sin embargo, también su victoria tiene un envés. Desde hoy, el empresario deja de ser estilete revolucionario para convertirse en otro dirigente más, a merced de la intemperie del fútbol, deliciosa guinda o indigesta guindilla en función de los caprichosos designios de una pelota de cuero. Esa será la nueva guerra de Salvo. Apaciguado el enemigo Bankia, el contador se pone a cero para el ídolo de traje y corbata, ya exclusivamente en manos de su gestión, expuesto al mismo desgaste que arrastró a Juan Soler en su tránsito de caudillo a mequetrefe o transmutó a Llorente de gestor implacable en liquidador insensible.
Con el cobrador del frac de regreso a su refugio de la Castellana, Salvo cambiará el uniforme militar por el maletín de la diplomacia. Deberá limarse los espolones, contentar al patrón sin defraudar a esa afición que les sirvió, al uno y al otro, de salvavidas en lo más duro del naufragio. Si Pizzi fracasa no podrá inmolar a Braulio, porque ya lo ejecutó. Si su discurso entra en contradicciones, la clientela dejará de mirar hacia otro lado y le exigirá una incómoda explicación. Si trae cinco fichajes, como el pasado enero, y sólo un veterano de 34 años está a la altura, habrá de responder por ello. Si el filial se salva in extremis del descenso a Tercera División, tendrá que disipar las dudas sobre su política de cantera. Si Douwens no llena de rica guita el cerdito de barro, las telarañas se lo comerán a él. Le convendrá delimitar la frontera entre su protegido, Rufete, y el del nuevo jefe, Mendes, para evitar que la morbosa alianza con el superagente acabe en desastre. Pero, por encima de todo, hasta el último de sus días se verá obligado a dar la cara por Peter Lim, convertido en responsable subsidiario del acuerdo que ha traído al singapurense a Mestalla y especialmente del estado de salud que presenta el club el día en que el multimillonario, generoso pero no tonto, decida cambiar de nido.

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