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martes, 10 de junio de 2014

Lim necesita las lágrimas de Nadal





Nada sobrecoge tanto como sus lágrimas. El despliegue físico, la fe del superviviente capaz de ganar batallas perdidas, el inabordable talento para seleccionar guante de seda o mano de hierro en función de las circunstancias, la fuerza mental que sojuzga rivales, esa mirada del guerrero… Todo impresiona en Rafa Nadal, el genio cuyas proezas esquilman la reserva de adjetivos de la lengua de Cervantes. Pero de su rico repertorio me quedo con las lágrimas, esas que dejó escapar en la pista central de Roland Garros cuando se supo ganador de otro Grand Slam. El reflejo salado del amor por una profesión, la valoración del sufrimiento, el respeto por ti mismo y hacia quienes decidieron convertirte en icono de masas. La emoción ante lo que no deja de ser otro título más dentro de un palmarés apabullante delata la genética del verdadero campeón y arroja una lección para la vida.
Rescatan estas lágrimas aquel lamento que profería Djukic hace menos de un año, cuando ya comenzaba a intuir que tampoco él despertaría al gigante dormido. Se preguntaba el serbio con quién había empatado su nómina de caprichosos jugadores a tenor de las primeras muestras de inapetencia desplegadas sobre el césped. Habría contentado al técnico un mínimo guiño de orgullo, el más leve indicio de ese amor propio que entre los surcos del sufrimiento dejó escapar el rostro del mito tenístico que jamás se harta de ganar.
Viene esta reflexión al hilo del nuevo horizonte que se perfila para el Valencia. La llegada de Peter Lim ha evitado la desaparición del club y eso por sí solo es ya motivo de celebración, pero convendría mantener bien alta la guardia. Con las raíces económicas trasplantadas al subsuelo de Singapur, la descomunal deuda intacta y la viabilidad pendiente de la motivación de un multimillonario que antes de conocer a Salvo habría sido incapaz de situar el Turia en un mapa (al igual que las estrellas que el paladín asiático y su socio portugués reclutan en el extranjero), encuentro una hebra de sensatez en el viejo discurso de Rufete. Aquel ideario que expuso de forma tan convincente cuando asumió la dirección deportiva agazapado bajo el candoroso disfraz de coordinador de la cantera… a la espera de que Braulio cayera cual fruta madura.
“El jugador del Valencia debe ser del Valencia. Si viene de fuera, es trabajo nuestro que se vaya impregnando de lo que es el club”, proclamaba Rufo en la primera entrevista tras su repatriación, cuando la ilusión le encendía la mirada y la ambición aceraba sus palabras. Sobre el papel, el camino de la venta ofrece un atajo hacia la recuperación deportiva. El club que practicaba malabarismos para fichar a Pabón se ríe ahora del viejo tope salarial mientras piensa en traspasos cargados de dígitos. Aunque a nadie amarga un dulce, sería erróneo perder de vista la identidad propia, relegar a un segundo plano Paterna y convertir el equipo en un álbum de cromos sin el más mínimo criterio selectivo. Jackson Martínez, Rodrigo o André Gomes sólo serán los referentes que anhela Mestalla si a su incuestionable talla deportiva suman la camaleónica voluntad de integración que convirtió en paisanos a Carboni o Villa. Italiano el uno, esportinguista hasta la médula el otro, seguro que a ellos el Valencia les arrancaría las lágrimas que vertió Nadal. Nada que ver con las trapisondadas de Miguel y Banega o el desprecio de Rami, entregado al ‘Gangnam Style’ cuando aquí teníamos tan poco que celebrar.

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