Unai Emery se ha plantado. Y me gusta que lo haya hecho. Por fin. Ayer respondió al pitufo gruñón del Madrid, un Mou que parece obsesionado con el vasco, al que su último piropo ha sido llamarle frágil. El técnico del Valencia le contestó sin estridencias, sereno, correcto, pero directo. Aunque tarde, hay que dar por bienvenida la actitud de Unai. Una actitud que debió mostrar cuando el Valencia visitó el Bernabéu y Pérez Lasa le perjudicó. Le censuré entonces que no diera un golpe sobre la mesa y se limitara a lloriquear porque Mou había acudido antes que él a la sala de prensa. Descortesía, sin más.
Ayer, sin embargo, Emery estuvo grande. Con educación, le dijo al gruñón que no se deben emitir juicios ni valoraciones personales sobre alguien a quien no se conoce. Y lo hizo sin temblarle la voz ni el pulso. Con firmeza y convicción. Como debe ser. Ahora espero que, con los buenos deseos que proclama la Navidad y aplicando aquello de año nuevo, vida nueva, Unai mantenga la guardia alta y el mismo carácter para manejar a su plantilla de futbolistas.
Como director y responsable del grupo debe saber poner en su sitio a cada uno de los que se salga del camino. Siendo justo y tratando a todos por igual. Ya está bien de actos de indisciplina; de desplantes; de pasarse por la entrepierna una ley del silencio que nadie ha respetado; de espectáculos lamentables como el protagonizado por Banega cuando fue a darle explicaciones de su retraso al trabajo, tras la noche loca; de acumular lesiones musculares de forma continuada sin que ningún responsable dé explicaciones y de tantas y tantas cosas.
A Emery le quedan seis meses por delante para ganarse la renovación. Todavía está a tiempo de aspirar a ello. Pero debe apretar para que todo el mundo cumpla con su deber. Como ha hecho con Mou. Sin que le tiemble el pulso. El respaldo de Llorente lo tendrá y la afición se lo agradecerá.
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