Manolo Llorente va a despedir el año tomando analgésicos en lugar de uvas. ¡Menuda cefalea! El presidente del Valencia tiene demasiados asuntos pendientes sobre la mesa y todos son de los que quitan el sueño. Unos vienen de lejos. Amortización de la deuda, venta de los terrenos del viejo estadio, financiación del nuevo. Otros, sin ser inéditos, han llegado consecuencia de desatinos del pasado próximo, como es la exigencia de una junta extraordinaria de accionistas que reclama un grupo de socios, por la repercusión social que ha supuesto el turbio asunto de Valencia Experience.
Manolo no debería mezclar las aspirinas con el cava, porque el alcohol y los fármacos no son buenos compañeros de viaje. Resultan tan inapropiados como que Társilo Piles continúe un minuto más en el consejo y siga presidiendo la Fundación Valencia. Se trata del organismo que domina el panorama accionarial de la sociedad y, visto lo visto, sorprende que todavía no haya dimitido o haya sido destituido, porque de los que hoy mandan es el único que estaba cuando Jesús Wolstein se olvidó de pedir los avales bancarios de la empresa fantasma que llevó al club. ¡Ay, don Jesús, qué cabeza la suya!
A Manolo nunca le ha temblado el pulso a la hora de cortar cabezas. Siempre ha mantenido afilada la guadaña. Mariola Hoyos lo sabe. La anterior presidenta de la Fundación tuvo un adiós tan doloroso como forzado, aunque en su despedida denunció que lo hacía por considerar que la independencia y la neutralidad del organismo era humo.
Ahora es distinto. Manolo no utiliza el dalle. Mira hacia otro lado y calla, quizás porque calibra el peso de quienes están detrás de la Fundación, de Wollstein y de él mismo. Y mientras, Társilo, que tiene mucho apego al cargo, se coloca el traje de Joe Rígoli, el veterano cómico que popularizó aquello de «Yo, sigo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario