El calendario de la Liga ha determinado que los equipos que salen damnificados tras enfrentarse al Barça los recoja el Valencia a la jornada siguiente. No parece que las huestes de Unai Emery estén sacándole provecho a esa concatenación de rivales. Turulatos como quedan tras pasarles por encima el rodillo azulgrana, en teoría debería costarles reaccionar. Pues no venía siendo así. Al contrario, conociendo, como es público y notorio, los tradicionales poderes taumatúrgicos del Valencia, siempre resulta un consuelo estimulante para el malherido saber que al siguiente partido se le presenta la oportunidad de restañar las múltiples heridas recibidas. El Madrid, por ejemplo, que salió noqueado del Camp Nou, se repuso enseguida merced al agua milagrosa suministrada por el VCF, y el Bernabéu pudo enjugar sus lágrimas sin prolongar en exceso el luto.
Las concomitancias Valencia-Barça se agudizan este año —para dolor de Mestalla— si, como sucediera este sábado, ambos equipos actúan pegaditos, uno a continuación del otro. Entonces, cualquier comparación entre ambos deviene en oprobiosa para el VCF, de manera que, observada a distancia por los adversarios que aguardan su turno ante el patíbulo azulgrana, la conclusión es obvia: de tres puntos ineludiblemente perdidos ante el Barça, alguno será recuperable frente al Valencia. De manera que lo que debería ser un proceso de maduración del adversario para que los valencianistas se los zamparan tan ricamente, se convierte en pesada indigestión.
Menos mal que en Anoeta fue el propio VCF el que encontró el parche con el que taponar el boquete que le produjo la corná de Osasuna. Con más pena que gloria, el choque se decantó al final del lado del que mayor interés mostró en ganarlo, dado que la Real propuso las tablas con bastante adelanto. El VCF volvió a reiterarse en sus conocidas carencias: caos defensivo y raquitismo en el centro del campo, propiciado por la contumacia en jugar con dos nueves. Eso obligó a Tino Costa a un despliegue titánico por toda la media, que le desubica de su hábitat natural, le sobrecarga con laboras impropias de sus características y le descentra de su auténtica función creativa.
La extravagancia de César Para que nada faltara, asistimos también al consabido numerito de César. Ya sabemos que, dentro de ese colectividad que es el fútbol, los porteros son la única singularidad. Pero de ahí a querer significarse tanto, que se pone en riesgo el bien común del equipo, media un abismo.
Aún no asamos... Y ya tenemos pringando a la Panzerdivisionen mediática. Aunque todavía resta un par de meses para que Él aterrice en Mestalla, el indaísmo, inasequible al desaliento, ya lanza apuestas de este jaez: «¿Cuántos goles le marcará Raúl al Valencia?» Haciendo amigos... madridistas, por supuesto.
Las concomitancias Valencia-Barça se agudizan este año —para dolor de Mestalla— si, como sucediera este sábado, ambos equipos actúan pegaditos, uno a continuación del otro. Entonces, cualquier comparación entre ambos deviene en oprobiosa para el VCF, de manera que, observada a distancia por los adversarios que aguardan su turno ante el patíbulo azulgrana, la conclusión es obvia: de tres puntos ineludiblemente perdidos ante el Barça, alguno será recuperable frente al Valencia. De manera que lo que debería ser un proceso de maduración del adversario para que los valencianistas se los zamparan tan ricamente, se convierte en pesada indigestión.
Menos mal que en Anoeta fue el propio VCF el que encontró el parche con el que taponar el boquete que le produjo la corná de Osasuna. Con más pena que gloria, el choque se decantó al final del lado del que mayor interés mostró en ganarlo, dado que la Real propuso las tablas con bastante adelanto. El VCF volvió a reiterarse en sus conocidas carencias: caos defensivo y raquitismo en el centro del campo, propiciado por la contumacia en jugar con dos nueves. Eso obligó a Tino Costa a un despliegue titánico por toda la media, que le desubica de su hábitat natural, le sobrecarga con laboras impropias de sus características y le descentra de su auténtica función creativa.
La extravagancia de César Para que nada faltara, asistimos también al consabido numerito de César. Ya sabemos que, dentro de ese colectividad que es el fútbol, los porteros son la única singularidad. Pero de ahí a querer significarse tanto, que se pone en riesgo el bien común del equipo, media un abismo.
Aún no asamos... Y ya tenemos pringando a la Panzerdivisionen mediática. Aunque todavía resta un par de meses para que Él aterrice en Mestalla, el indaísmo, inasequible al desaliento, ya lanza apuestas de este jaez: «¿Cuántos goles le marcará Raúl al Valencia?» Haciendo amigos... madridistas, por supuesto.
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