Otra vez en Champions. No es que sea a estas alturas de temporada excesivamente importante, pero tal y como se había puesto la semana, acabar el año en zona de privilegio el año supone desde luego un premio del que hay que sacar la máxima rentabilidad. Aunque el Espanyol está empatado a puntos, los blanquinegros superan al conjunto catalán en goles y el detalle cobra una importancia sublime porque el equipo había entrado en una dinámica que podía haber acabado en una situación bastante peligrosa.
El Valencia salió vivo de Anoeta aprovechando un arranque de imaginación en tiempo añadido, lo que da a entender lo mal que se llegó a poner el panorama. El partido no fue ni mucho menos para sacar pecho, más bien para todo lo contrario, pero como al fin y al cabo lo que importa son los puntos, se da por bueno. A Emery, no obstante, le toca la papeleta de hacer un análisis crítico de la imagen que ofreció ayer su equipo en uno de los encuentros más grises de toda la temporada.
De cómo empezó el partido al final de la primera mitad hubo una notable diferencia. Aunque la Real Sociedad se le subiera a las barbas a los valencianistas, el golazo de Tino Costa no pudo llegar en mejor momento para que la tregua sirviera para tomarse un respiro más que necesario.
Lo más curioso del arranque fue que Ricardo Costa dispuso de una de esas oportunidades que parece imposible errar. Lo que podría haber significado el 0-1 para el Valencia se convirtió en una agonía tremenda que a punto estuvo de echar todo por la borda.
El encuentro se complicó de tal forma que hasta el árbitro quiso tener su porción de protagonismo y convirtió un salto de cabeza de David Navarro para despejar el balón en un penalti tan sospechoso como criticado pro todos los futbolistas.
A Emery le sirvió el 4-4-2 inicial para poner en escena un guión que invitaba a pensar que el Valencia salía decidido a Anoeta, no sólo a no dejarse intimidar, sino a buscar unos puntos que sirvieran de sutura para todas las heridas que se han abierto durante toda la semana.
El planteamiento más lógico acabó transformándose casi en un desbarajuste ideal para el conjunto donostiarra, un equipo tan voluntarioso y entregado a la causa que se autoinyectó optimismo conforme los valencianistas se empeñaron en complicarse la vida.
Nadie podía imaginar que tras ese golpeo de Ricardo Costa a las nubes cuando estaba a tan solo un par de metros de Bravo, el choque podía desembocar en un amago de crisis que dejó al equipo de Emery prácticamente entregado, sobre todo en defensa y especialmente por el lado de Mathieu.
El penalti que apreció Iglesias Villanueva y que convirtió Xabi Prieto con un toque sutil desnudó la frágil moral de los valencianistas en esta fase del partido. Si detrás se padecía más de la cuenta, delante los de Emery ignoraban por completo el juego exterior y ni la voluntad de Mata era capaz de sacar partido de la mayor calidad.
A Joaquín se le veía, por ejemplo, demasiados minutos en la izquierda. Mata iba de aquí para allá, mientras que Soldado y Aduriz trataban de buscarse la vida sin conseguirlo. Para que no faltara tampoco de nada, César volvió a salvar un remate del inquieto Zurutuza.
En una valiente salida se llevó un buen viaje de Llorente. El delantero no tuvo la menor duda y metió el pie, dándole al guardameta valencianista y dejándole bastante tocado y enfadado. Ingrediente que venía a contribuir a que el partido se fuera zambullendo justo donde quería la Real Sociedad. El partido adquirió un tono más abrupto que de calidad, y ahí quien tenía todas las de perder era lógicamente el Valencia.
Menos mal que en una falta un tanto escorada al borde del área, Tino Costa le puso tanta fuerza como fe y metió un zapatazo que se coló con la única oposición de la mirada de Bravo, impotente ante el obús del argentino. Lo más curioso de todo es que eso llegó en tiempo de prolongación transformando una situación de lo más agónica en esperanzadora para los valencianistas. A Unai, hasta ese momento, no le llegaba la camisa al cuello. La única duda residía en saber si en el cuarto de hora de profunda reflexión el equipo iba a ser capaz de lograr la primera remontada de la temporada.
Pues bien, quedó bastante patente en los compases iniciales que las cosas iban a continuar por el mismo camino. Mal para el Valencia y bien para la Real. Las aspiraciones de ambos equipos eran acabar con empate. Los locales se adaptaron mejor a la situación, a los que evidentemente el resultado casi les podía saber a triunfo.
Y como ya se sabe que cuando las cosas no empiezan bien lo único que puede pasar es que se sigan torciendo, a Emery no le quedó más remedio que poner parches de urgencia ante los problemas que mostraron César y David Navarro. El meta, que había reaparecido precisamente ante Osasuna después de una lesión que se había prolongado durante varios partidos, tuvo que dejar el campo en el minuto 51 con un esguince de rodilla. Brindaba así otra oportunidad a Guaita y reabría el debate.
Lo del central también restó combinaciones de mayor provecho para el Valencia porque el técnico puso en su sitio a Stankevicius. David Navarro se marchó con molestias en los isquiotibiales. A Emery sólo le quedaba de esta forma una bala en la recámara para echarle más imaginación de lo visto hasta ese momento al equipo.
Finalmente quemó esa bala con Vicente, siendo Mata el sacrificado, y la verdad es que el valenciano no aportó mejoría alguna en un juego exterior que siguió brillando por su ausencia. En el intercambio de golpes en que se convirtió el partido, fue incluso la Real la que pudo sacarle más rentabilidad con un par de acciones claras de gol que no hicieron daño a Guaita por muy poco.
En el lado opuesto, Soldado y Aduriz seguían tan desaparecidos como al principio. Sólo la mágica jugada que se inventó el vasco en tiempo añadido sirvió como un premio sublime y totalmente inexperado para el Valencia.
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