J. V. Aleixandre
Emulando al líder chavista venezolano, con el que, a pesar de los miles de kilométros de distancia ideológica que le separan, comparte su mesianismo, Manuel Llorente ha venido a decir que "o yo, o el caos", esa proclama propia de los dictadorzuelos, con la que tratan de justificar su apego al cargo. El presidente del Valencia esta íntima y fieramente convencido de que si él dimite, el club se hunde. Por tanto, y fiel a su responsabilidad ante la historia, no alberga ningún propósito de cometer lo que, según él, sería una felonía. Muy al contrario. Hasta tal punto eso es así, que en sus casi cuatro años de mandato, ha sido incapaz de nombrar un vicepresidente que asuma, aunque sea provisionalmente, sus funciones, para evitar un vacio de poder. Hasta ahí podíamos llegar. Llorente es único e insustituible, según cabe deducir de su actitud y de las prédicas de su incondicionales. Lo cual, a su vez, nos ofrece el perfil y la catadura de sus obsecuentes consejeros.
Por si esto fuera poco, Llorente, además, se siente muy satisfecho con su gestión al frente del club y absolutamente respaldado por el poder político gobernante y, obviamente, por la Fundación, un organismo que controla y que se ha mostrado absolutamente inútil y perfectamente prescindible. Nada que ver con aquella entidad que diseñó Martín Queralt para que fiscalizara, controlara y asesora, desde la independencia, al consejo de administración del club. Todo lo contrario: el organismo ahora presidido por el ínclito Társilo Piles, está dominado por el club al que algunos de sus miembros, como el reiterativo Andreu Fajardo, deben viajes y otras prebendas. De manera que quien debería vigilar, participa del desgobierno. O sea, los bomberos, convertidos en pirómanos.
Los responsables institucionales, por su parte, siguen mostrando su apoyo a Llorente, al menos por omisión, o por silencio administrativo, con lo que se convierten en los principales responsables de la caótica situación financiera que atraviesan, tanto el club como su Fundación, ambos sin poder frente a los compromisos adquiridos, y al borde de provocar una situación de colapso con Bankia. Esta entidad, por su parte, va a la suya, que no es otra que la de liberarse cuanto antes de la pesada carga que heredó de los rocambolescos planes que Olivas pergeñó para el Valencia. Y, desde luego, no es previsible que Goirigolzarri mueva un dedo más por el VCF de los que se ha jugado por por el difunto Banco de Valencia. O sea, ninguno.
Enfangado hasta las orejas, en el club sólo se confía en que la marcha deportiva, una vez más, llegue al rescate. Si se encadenan tres resultados buenos, explican fuentes internas, el enfado de la grada pasará y se hará la calma en Mestalla. Eso si, el problema de fondo permanecerá latente, sin resolverse. Y en cuanto el equipo pique biela, el clamor popular volverá a entonar el estribillo de "Llorente vete ya".
Y así vamos, tirando, sin querer agarrar al toro por los cuernos.
Por si esto fuera poco, Llorente, además, se siente muy satisfecho con su gestión al frente del club y absolutamente respaldado por el poder político gobernante y, obviamente, por la Fundación, un organismo que controla y que se ha mostrado absolutamente inútil y perfectamente prescindible. Nada que ver con aquella entidad que diseñó Martín Queralt para que fiscalizara, controlara y asesora, desde la independencia, al consejo de administración del club. Todo lo contrario: el organismo ahora presidido por el ínclito Társilo Piles, está dominado por el club al que algunos de sus miembros, como el reiterativo Andreu Fajardo, deben viajes y otras prebendas. De manera que quien debería vigilar, participa del desgobierno. O sea, los bomberos, convertidos en pirómanos.
Los responsables institucionales, por su parte, siguen mostrando su apoyo a Llorente, al menos por omisión, o por silencio administrativo, con lo que se convierten en los principales responsables de la caótica situación financiera que atraviesan, tanto el club como su Fundación, ambos sin poder frente a los compromisos adquiridos, y al borde de provocar una situación de colapso con Bankia. Esta entidad, por su parte, va a la suya, que no es otra que la de liberarse cuanto antes de la pesada carga que heredó de los rocambolescos planes que Olivas pergeñó para el Valencia. Y, desde luego, no es previsible que Goirigolzarri mueva un dedo más por el VCF de los que se ha jugado por por el difunto Banco de Valencia. O sea, ninguno.
Enfangado hasta las orejas, en el club sólo se confía en que la marcha deportiva, una vez más, llegue al rescate. Si se encadenan tres resultados buenos, explican fuentes internas, el enfado de la grada pasará y se hará la calma en Mestalla. Eso si, el problema de fondo permanecerá latente, sin resolverse. Y en cuanto el equipo pique biela, el clamor popular volverá a entonar el estribillo de "Llorente vete ya".
Y así vamos, tirando, sin querer agarrar al toro por los cuernos.
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