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lunes, 1 de noviembre de 2010

De la euforia a la depresión

Como en tantas otras ocasiones -en realidad, que uno recuerde, toda la vida ha sido así-, el valencianismo futbolero ha vuelto a dar el salto desde la euforia a la depresión sin pasar por un estadio intermedio que permita un aterrizaje más suave. Los que hoy hablan de equipo desorientado y sin esquema, ensalzaban, no hace ni quince días, la variedad de sistemas tácticos de que disponía Emery. Quienes concluían que sin Silva el equipo es más solidario, se encuentran ahora con un conjunto deslavazado. Gracias a la marcha de David Villa, el gol se había democratizado. En efecto: hasta los rivales forman parte de la lista de realizadores valencianistas. Banega no termina de asumir los galones de Rubén Baraja. Y Mata, muy desdibujado esta temporada, no ha hecho olvidar a Silva. En resumen: el buen Valencia de este curso aún no ha superado al mejor del anterior. Le falta asentarse. Para igualar el nivel técnico individual del año pasado, ha de ser más colectivo y, sobre todo, esos futbolistas que tienen un partido bueno, dos regulares y uno malo, implicarse y trabajar más. Por lo que respecta al entrenador, sin ser el único y exclusivo culpable de la situación -como nos quiere hacer ver el llorentinismo para preservar a su jefe de cualquier hipotético peligro-, sí que ha de tener la visión suficiente para rectificar sobre la marcha y cambiar de lo teóricamente preconcebido a lo realmente necesario. Pero Emery no tiene culpa de los despistes de Miguel, de las ausencias de Ever, de los boquetes suicidas que abre Mathieu en su banda, ni de la falta de puntería del iracundo Soldado... La responsabilidad del entrenador, que es mucha, se ciñe a su campo, pero no va más allá. Ni fue él quien mató a Manolete, ni es de recibo que otros se cuelguen medallas a su costa, y luego, cuando vienen mal dadas, le dejen a los pies de los caballos. Seguramente, ni este Valencia es para echar las campanas al vuelo, como repicaban hace unas semanas, ni tampoco para tocar a difunto, como las tañen ahora los depresivos.

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