EL DARDO
La presumible marcha de Roberto Soldado viene a confirmar la tendencia. La salida del ariete del Valencia es moneda común, lo sufren todas las entidades, les afecta a quienes han de equilibrar sus balances por una apremiante necesidad -salvo, claro está, las excepciones de rigor-. Hoy en día, los grandes jugadores están de paso, los ídolos de la afición son más efímeros que nunca, apenas permanecen un lustro en el mismo club.
El fenómeno se antoja inevitable, el fútbol moderno alimenta el movimiento constante de la mercancía para mayor beneficio de los interesados y, por supuesto, de sus representantes. El entorno se agita con estas operaciones que dejan en evidencia la escasa capacidad de respuesta de los equipos. Apenas pueden oponer argumentos, salvohacerse fuertes con el cobro de la clausula estipulada en los contratos. No hay otra defensa.
Si cómo parece, el delantero valenciano abandona Mestalla rumbo al Tottenham -club, por cierto, de segundo nivel aunque con una historia brillante en tiempos remotos-, la liga española habrá dado una prueba más de su alarmante estado de salud. Un campeonato a la baja empobrecido por la exportación de talento y por una crisis económica galopante. Nada se puede hacer en estos casos; el jugador se quiere ir, el Valencia precisa la venta y la afición la asume como algo inevitable. Eso sí, si quieren a Soldado que paguen hasta el último céntimo. El presidente Salvo ha actuado con la dignidad exigible.
Con la marcha de Negredo y, si se confirma la de Soldado, la artillería de la selección española se concentra en Inglaterra donde afinará la puntería de cara al próximo Mundial. Fernando Torres ya lleva tantas campañas que incluso ha cambiado de colores. Sólo David Villa ha rehusado esa opción por su incapacidad para adaptarse a un modelo de vida diferente al español. De lo contrario, ya llevaría muchos goles en algún equipo de la Premier.
A este paso, la liga inglesa se va a convertir en el gran referente de los aficionados en nuestro país, dado que acabarán por estar más pendientes de lo que suceda en Anfield o en White Hart Lane que de las anodinas incidencias de Los Cármenes o Balaídos.
Los responsables de la Liga Profesional no son conscientes del daño tan irreparable que está sufriendo la que ya ha dejado de ser la mejor del mundo, cómo pregonaban hasta no hace demasiado. Muchos espectadores ya han desertado de las gradas, el torneo carece de interés por culpa de una manifiesta desigualdad entre los competidores a lo que se añaden otros factores ya expuestos: horarios absurdos y partidos devaluados.
Este panorama afecta a todos: los más jóvenes apenas encuentran alicientes para militar en cualquier club que no sean los que ustedes ya saben y cuyo nombre me niego a escribir. Y los más mayores ya han perdido el gusto por participar en esta mascarada.
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