LETRAS HERZIANAS
Sucedió en Holanda. No recuerdo muy bien cuando, pero si donde. Fue durante un viaje europeo del Valencia. Era media mañana de uno de esos días clásicos en el norte de Europa cuando llega la primavera; sol que asoma entre las nubes y temperatura fresca que invita a un paseo por los alrededores del hotel de concentración del equipo.
Y allí estaba yo, viendo pasar las horas a la caza de alguna noticia que rompiera la monotonía que a veces acompaña a los enviados especiales de los medios que seguimos por el mundo al club de Mestalla.
De repente, apareció en el hall. Con cara de estar hasta las narices de no hacer nada. Era David Albelda. Bajaba de su habitación con la idea de dar un paseo por los alrededores del hotel con alguno de sus compañeros que hiciera más llevadero el paso del tiempo hasta la hora de la comida.
Se dio una vuelta, buscó y solo se encontró con mi mirada. No había nadie del primer equipo en la entrada del hotel. Se acercó a mi con cara de decepción y me dijo algo que no olvidaré nunca. “Me he hecho mayor, Kike. Antes bajábamos todos a dar un paseo, charlábamos, nos echábamos unas risas y a comer. Fíjate ahora. No hay nadie. Están todos arriba jugando a la play. No hacen otra cosa, y a mi todo eso no me va. Estoy como fuera de sitio”.
Yo, viendo la escena con la misma claridad que él, no tuve más remedio que asentir y recordar aquellos años no tan lejanos de los Baraja, Ayala, Pellegrino, Cañizares, Djukic, Rufete, Sanchez y compañía paseando por los alrededores de los hoteles antes de salir al campo y sacar a gorrazos a los contrarios. Tiempos cercanos, pero ya otros tiempos. Los tiempos en los que David Albelda ya lideraba el centro del campo de aquella máquina infernal.
Es posible que, esa mañana en Holanda, el de la Pobla Llarga se diera cuenta que su tren del doblete empezaba a entrar en la última estación. Tal vez ya lo pensara antes. Yo me di cuenta ese día. Y me entristeció profundamente, lo reconozco. Veía ante mis ojos como se empezaba a marchar un gran pedazo de la gloriosa historia del club. Tal vez por eso quise guardar ese momento en mi memoria como el que guarda su camiseta de Kempes, Arias o Fernando.
Porque con Albelda se marcha la mejor generación de futbolistas que ha disfrutado el Valencia CF. Con él se va el espíritu del doblete, el gran capitán. El David que cogió la bandera del valencianismo y se empeñó en pelear contra un galáctico Goliat. Y le ganó. Dos veces.
El era el 'último mohicano', y su retirada deja un vacío que nadie podrá llenar. Ya no podremos mirar al césped y recordar al verle la maravillosa historia que a principios de siglo nos regalaron un grupo de futbolistas liderados por aquel entrenador de apellido taurino. Solo estará en los libros, en los videos. En nuestra memoria.
De largo pasará su enfrentamiento a Soler, la humillación sufrida a manos de Koeman o el desesperado paso por los juzgados. Serán heridas que no empañaran su recuerdo. Como también pasará de puntillas su retirada. Sin homenajes, sin hacer ruido, sin escuchar la merecida ovación de su viejo Mestalla. Una cagada -perdónenme por la expresión- imperdonable. No se por culpa de quien, pero tampoco he visto a nadie de los de ahora levantar el dedo para solucionarla.
Pero ni siquiera eso contarán los libros en el futuro. Cuando los niños que ahora nacen, pregunten a sus padres y abuelos quien era David Albelda, nadie recordará esas pequeños piedras en su camino. Nadie contará que no se pudo despedir, que llevó al club a un juzgado, o que existió un tal Juan Soler. Todos contaremos que fue el capitán de un Valencia de leyenda. Un Valencia irrepetible que fue grande entre los grandes. Que nos hizo llorar de alegría. Que nos hizo soñar despiertos.
Eso es lo que yo contaré orgulloso cuando pasen los años. “Si, yo vi jugar a David Albelda”.
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