JV Aleixandre
E n una de estas, en el instante menos pensado, arranca la Liga. No se sabe muy bien ni el día ni la hora, dado que los de Mediapro tratan de rentabilizar el producto por el que han pagado un pastón a los clubes. Para ello, están obligados a exportar el futbol español a más de medio mundo, y eso comporta ofrecerlo en directo y en horarios de máxima audiencia televisiva, a chinos, japoneses, australianos, argentinos, senegaleses, filipinos..., y a todos ellos, a la vez. Un lío. En definitiva se trata de convertir la Liga de las Estrellas todavía, pese a sus detractores, reúne a los mejores futbolistas y a los equipos más atractivos en un producto de máximo consumo, apetecible para cualquier mercado, cuando más exótico y alejado de estos confines, mejor.
La edición que ahora arranca lo hace envuelta en la polémica. La fuga de jugadores, el reparto de beneficios de la venta de los derechos de televisión, la mala gestión que está abocando a algunos clubes a la ruina y el auge que van adquiriendo otros torneos como la Premier o la Bundesliga, pone de los nervios a la crítica patriótica, que ve peligrar la hegemonía española.
No hay para tanto. En calidad de juego, la LFP (Liga de Fútbol Profesional), sigue ocupando el primer lugar, a años luz, en promedio, del fútbol británico, y todavía por encima del alemán. Del resto, incluido el calcio, ni hablemos. Las estrellas más rutilantes y caras del planeta fútbol siguen aquí, actuando cada fin de semana para el público que acude a nuestros estadios. Los reproches a la planificación y la programación del torneo son, casi siempre, interesados, procedentes, en la mayoría de las ocasiones de emisoras de radio y de periódicos, a los que les perturban la rejilla de emisiones, el horario de cierre e incluso los intereses personales de muchos locutores y comentaristas...
Por lo que se refiere al manido tema del dinero de la tv, lo inquietante no es tanto el reparto actual, como el que les aguarda a los clubes en el futuro inmediato. No parece que las cadenas y productoras estén dispuestas a seguir pagando los precios que han venido ofreciendo por el fútbol. O los clubes rebajan sus pretensiones, o los nuevos contratos se quedarán sin firmar. No hay dinero para el futbol en la misma cantidad que lo ha habido hasta hora. Así que todos tendrán que apretarse el cinturón, incluidos los jugadores, acostumbrados percibir cantidades desorbitadas. Manda la crisis.
En ese contexto, la LFP deberá replantearse muchos de los principios, hasta ahora aparentemente intocables, sobre los que se sustenta. No es de recibo que el fútbol siga gestionándose con idénticos parámetros que antes de la recesión, ni que pretenda seguir siendo una isla económicamente paradisíaca, en medio de un océano agitado por la tormenta financiera. Eso se ha de acabar. Al fútbol le ha llegado la hora de pisar la realidad. Como al resto de los mortales.
Finalmente, y por lo que respecta al juego en sí, hay un dato revelador: de las diez últimas ligas disputadas, el Madrid sólo ha logrado tres. Es evidente que muchos reproches al fútbol que se practica, proceden de comentaristas desengañados y dolidos, que respiran por esa herida. Como siempre ocurre con los torneos en los que el Madrid no pinta nada, son despreciados por los influyentes medios de comunicación nacionales. De manera que, si no la gana el Madrid, la Liga carece de calidad. Y al contrario: un triunfo madridista, la prestigia. Siempre midiendo por el rasero del Bernabéu. Algo o mucho de esto, es lo que ocurre ahora.
La edición que ahora arranca lo hace envuelta en la polémica. La fuga de jugadores, el reparto de beneficios de la venta de los derechos de televisión, la mala gestión que está abocando a algunos clubes a la ruina y el auge que van adquiriendo otros torneos como la Premier o la Bundesliga, pone de los nervios a la crítica patriótica, que ve peligrar la hegemonía española.
No hay para tanto. En calidad de juego, la LFP (Liga de Fútbol Profesional), sigue ocupando el primer lugar, a años luz, en promedio, del fútbol británico, y todavía por encima del alemán. Del resto, incluido el calcio, ni hablemos. Las estrellas más rutilantes y caras del planeta fútbol siguen aquí, actuando cada fin de semana para el público que acude a nuestros estadios. Los reproches a la planificación y la programación del torneo son, casi siempre, interesados, procedentes, en la mayoría de las ocasiones de emisoras de radio y de periódicos, a los que les perturban la rejilla de emisiones, el horario de cierre e incluso los intereses personales de muchos locutores y comentaristas...
Por lo que se refiere al manido tema del dinero de la tv, lo inquietante no es tanto el reparto actual, como el que les aguarda a los clubes en el futuro inmediato. No parece que las cadenas y productoras estén dispuestas a seguir pagando los precios que han venido ofreciendo por el fútbol. O los clubes rebajan sus pretensiones, o los nuevos contratos se quedarán sin firmar. No hay dinero para el futbol en la misma cantidad que lo ha habido hasta hora. Así que todos tendrán que apretarse el cinturón, incluidos los jugadores, acostumbrados percibir cantidades desorbitadas. Manda la crisis.
En ese contexto, la LFP deberá replantearse muchos de los principios, hasta ahora aparentemente intocables, sobre los que se sustenta. No es de recibo que el fútbol siga gestionándose con idénticos parámetros que antes de la recesión, ni que pretenda seguir siendo una isla económicamente paradisíaca, en medio de un océano agitado por la tormenta financiera. Eso se ha de acabar. Al fútbol le ha llegado la hora de pisar la realidad. Como al resto de los mortales.
Finalmente, y por lo que respecta al juego en sí, hay un dato revelador: de las diez últimas ligas disputadas, el Madrid sólo ha logrado tres. Es evidente que muchos reproches al fútbol que se practica, proceden de comentaristas desengañados y dolidos, que respiran por esa herida. Como siempre ocurre con los torneos en los que el Madrid no pinta nada, son despreciados por los influyentes medios de comunicación nacionales. De manera que, si no la gana el Madrid, la Liga carece de calidad. Y al contrario: un triunfo madridista, la prestigia. Siempre midiendo por el rasero del Bernabéu. Algo o mucho de esto, es lo que ocurre ahora.
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