El equipo llega al inicio de la liga en su mejor momento después de una costosa adaptación
VICENT CHILET | VALENCIA
Miroslav Djukic sabe que los comienzos nunca son fáciles. No se dedicó profesionalmente al fútbol hasta los 21 años, superando la oposición de su padre, chatarrero de oficio, que solía pincharle los balones de fútbol para que se centrara más en su trabajo como operario de excavadoras. Su trayectoria como entrenador ya está curtida de duros precedentes, como la salvación frustrada del Hércules, la experiencia fallida en el Mouscron belga o la complejidad de ascender al Valladolid y mantenerlo en Primera.
Su inicio como técnico valencianista tampoco ha sido sencillo. Djukic tuvo que combatir con los primeros malos resultados contra equipos de menor entidad, la ausencia durante todo el verano de un delantero centro con la ausencia de Soldado y el bajo estado anímico de la plantilla, tocada físicamente tras las vacaciones, por la no clasificación para la próxima Liga de Campeones y también escéptica ante los continuos cambios institucionales en el club y sus posibles consecuencias en la planificación deportiva.
El técnico serbio, que tiene en la perseverancia una de sus virtudes más acusadas, no varió su hoja de ruta, y por mucho que la plantilla se resintiese del cansancio por las continuas dobles sesiones de entrenamiento o por trabajar en el mismo día de un partido, Djuka no vaciló. En del terreno de juego el equipo presentaba vicios estructurales que costaba corregir: deficiente repliegue defensivo y, sobre todo, la falta de remate en ataque. El generoso trabajo de Paco Alcácer no se traducía en facilidad rematadora y la segunda línea seguía igual de seca de cara a puerta que en la temporada pasada. En este fatigoso paréntesis, Djukic combinó exigencia y carácter con mano izquierda, según el caso concreto de cada jugador. Djukic, un optimista contagioso, intuía que al equipo sobre todo le faltaba un estímulo positivo al que agarrarse para volver a recuperar la positividad mental de la época final de Valverde. El punto de inflexión llegó con el partido ante el Milan, resuelto con otra derrota que no escondió una evolución del equipo en todos los órdenes: físico, táctico, anímico.
La aparición de jugadores llamados a ser referentes como Banega en la rotunda goleada (4-0) contra el Inter de Milán, la resolución de un foco de distracción como el caso Soldado con la llegada de su primer sustituto (Hélder Postiga), y la confirmación de la mejoría contra el Everton han devuelto la sonrisa al Valencia. El equipo, superada la costosísima adaptación de la pretemporada, llega a la Liga entero de convicción y fuerzas. Djukic avanza en su obra.
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