EL DARDO
El valencianismo se entregó en cuerpo y alma al nuevo proyecto de gestión. El deseo de entrar en una nueva fase y de borrar las sombras de un pasado envuelto en dudas empujaba a abrazar con entusiasmo el aterrizaje de los nuevos dirigentes, y a celebrar la contratación de un entrenador, que era uno de los nuestros, exponente del pasado glorioso más reciente de la entidad. El mensaje lanzado sirvió de banderín de enganche, los gestos que lo acompañaban, también surtieron el efecto esperado.
Una imagen simboliza ese apoyo popular: las largas colas formadas en las taquillas de Mestalla bajo un sol de justicia poco antes del inicio de la temporada oficial. La dignidad demostrada en el traspaso de Soldado reforzó la confianza en el presidente y acreditó la coherencia de su actuación. Mientras tanto, el equipo enviaba señales contradictorias, algunas preocupantes, otras ilusionantes, durante los partidos de preparación. Sin embargo, se declaró un estado de ilusión general.
Pero el sueño de muchas noches de verano dio paso a la cruda realidad. Se puede gestionar muy bien un club, abaratar las entradas, mejorar las dependencias del campo, demostrar sensibilidad hacia numerosas facetas hasta ahora despreciadas y que también contribuyen a engrandecer la dimensión del Valencia CF, pero si el equipo no carbura y la pelota no entra, todo el proyecto, por muy lógico y necesario que sea, se desmonta y es objeto de sospecha. Las críticas florecen. Esto es fútbol.
El pésimo funcionamiento demostrado por los jugadores en las cuatro jornadas ligueras disputadas invita a la preocupación. El Valencia no convence y ha bordeado el desastre en casi todas sus citas. Ante un panorama tan desolador, surgen las inevitables preguntas: ¿qué pasa?, ¿de quién es la culpa? Hay respuestas y opiniones de lo más variadas, pero existe una coincidencia general: el equipo carece de identidad. Y eso ya son palabras mayores.
El Valencia está rindiendo muy por debajo de sus prestaciones reales y aunque el potencial de la actual plantilla es inferior al de algunas de las últimas temporadas, nada justifica semejante desbarajuste. La filosofía expresada por Djukic no se refleja en el campo, sus jugadores vagan como alma en pena. La responsabilidad es compartida: el técnico ha cometido errores de planteamiento y de alineación; por otro lado, sus hombres han incurrido en fallos de principiante y han evidenciado unas lagunas impropias para su nivel.
Así las cosas, la vida diaria del club se altera de forma desproporcionada en función de los resultados y de este lamentable arranque de campaña. Si el Valencia fuera líder, el aval quedaría relegado a una cuestión menor, pero en sintonía con el caos deportivo, la amenaza de la situación económica se agiganta. Nada que no se pueda arreglar con alguna actuación convincente y un resultado reparador. Esa suerte tiene Miroslav y sus muchachos. De ellos depende invertir el estado anímico depresivo que envuelve a la parroquia de Mestalla. Dos partidos en casa pueden cambiar la opinión reinante. De lo contrario, alarma general.
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