¡POR FIN ES VIERNES!
Por fin es viernes y hoy me meto de lleno a ornitólogo. Con la llegada de Amadeo Salvo y la nueva Fundación al poder en el Valencia CF, más que un cambio de nombres, lo que se ponía en tela de juicio es el modelo de club a corto y medio plazo. En la gran jaula del mundo del fútbol, había y hay que decidir qué pájaro quiere y debe ser el Valencia y qué nido quiere construirse para el futuro.
Aunque dicho así a las bravas puede sonar duro, yo no tengo ninguna duda: prefiero que el Valencia sea un buitre o una urraca. Un club basado en aquello del “más vale pájaro en mano que ciento volando…”. Vamos, prefiero una entidad como la de ahora, la del recorte salvajeen las partidas más gravosas, aunque eso implique que no hayan grandes fichajes. Quiero que sea un pájaro como el del Twitter, que incremente ingresos internacionalizando y modernizando la marca y a través de captar a los mejores de cualquier edad y de cualquier parte del mundo.
Y prefiero todo eso, a ser un lindo mirlo blanco, un inversor que pudiera engatusar a la afición al principio y que luego pueda desaparecer por dónde vino. No quiero a nadie que traiga dinero a cambio de no se sabe muy bien qué, (porque nadie da duros a cuatro pesetas). Yo no quiero jeques como el del Málaga o el del Racing; pero tampoco los quiero como el del PSG o el del Manchester City, porque un día se cansarán y después ¿qué? ¿Qué pasará con el Valencia?
Ahí radica la diferencia del modelo. Con el que está implantándose ahora (Salvo y Martínez apenas llevan un mes) uno sabe que el club está en manos de valencianos y valencianistas, de gente de aquí, que saben justipreciar y valorar lo que significa el Valencia CF en esta sociedad. Y, lo que es más importante, a medio plazo se han comprometido a democratizarlo, a devolverlo a las manos de todos sus accionistas.
Con el otro modelo, con el de plumajes coloridos, atractivos y seductores, el presente podría ser esperanzador, halagüeño incluso, pero el futuro podría dejar de pertenecer a los valencianos. Y aquí no somos de águilas rutilantes como las de Dalport. De hecho, no nos gustan demasiado las rapaces.
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