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viernes, 14 de junio de 2013

Salvo debe estar por encima de clanes, castas y familias

J. V. Aleixandre
La muy llorada baja de David Albelda, tan sentida y lamentada por sus allegados como ignorada y apenas puesta en valor por sus contrarios, que han sido avasallados por las opiniones más políticamente correctas, es todo un símbolo de la nueva era que se abre en el Valencia. O, si se prefiere, de los viejos tiempos que se cierran. Ese es al menos, el propósito expresado por los nuevos rectores del club, expresado por su presidente, Amadeo Salvo y puesto inmediatamente en práctica con la elección de sus consejeros. A todos ellos les unen dos características comunes. La primera es que residen ideológicamente en el PP o en sus alrededores. Al PSPV sólamente „?„ le han dejado la canonjía de la Fundación VCF, cuya presidencia ostenta Aurelio M., esa especie de factótum que igual sirve para proclamar proyectos oníricos sobre la ciudad de Valencia „con el consiguiente tortazo al despertar del sueño„ que para regentar negocios más pedestres como el de loterías y apuestas. Un filón tiene el PSOE en este hombre. En los restantes puestos del organigrama valencianista, los sociatas no han rascado bola. El concejal Cristóbal Grau, político hábil, discreto y de largo recorrido, que ha sido el chef encargado de cocinar esta gran confabulación para intentar salvar al VCF, ha mezclado una serie de ingredientes impensables, para componer un guiso mínimamente aceptable por todos los paladares. Solo los viejos mamuts del Jurásico que llevan toda la vida chupando del bote, han mostrado su resquemor a un proyecto que ya no les pertenece. La segunda particularidad que presentan los flamantes consejeros es que todos son nuevos en este tinglado del futbol, a excepeción de Juanito Sol, un referente del valencianismo allá donde esté: dentro, fuera, aquí, en Londres o en Chamberí. Y también él se estrena en el cargo. Es decir que la pretensión de Salvo de romper amarras y desligarse totalmente del pasado, de momento, va por buen camino.
Lo conseguirá del todo si, dentro de unos meses, no vemos refunfuñando por el club o por sus arrabales, a los viejos rasputines del pasado, o sus ectoplasmas. Amadeo Salvo y los suyos, a expensas de inesperados hallazgos, han aterrizado en el cargo limpios de polvo y paja, sin ataduras ni condicionantes, sin patrocinadores a los que rendir cuentas, ni avalistas que les pasen factura. En el caso del presidente, sus antecedentes futbolísticos son muy coyunturales y ni Cortés, ni Ortí, que accidentalmente coincidieron con él en el pasado, deben arrogarse a su orientación, crianza ni adscripción futbolística. Si lo hacen corren en el peligro de que se les vea el plumero. Los viejos dinosaurios, al parque jurásico. Su tiempo ya pasó. Ni clanes, ni castas ni familias para este consejo. Nada. Limpieza total.
Tampoco hacen falta grupos de presión que quieran ejercer su hipotética influencia para luego cobrársela, así sean conspicuas peñas, martilleantes tertulias, tediosas sobremesas u otros contubernios ansiosos de figurar y chupar plano. Cada cual, a lo suyo€ y Dios en la de todos. Los padrinazgos, como ya nos narró Mario Puzzo, suelen degenerar en mafias. No nos vengan ahora con puñetas.
Adiós, Fajardo, adiós... Hablando del Papa de Roma€ He aquí que Andreu Fajardo ha decidido plegar velas y abandonar la regata que había emprendido para enrolar a mil valencianos dispuestos a soltar 50.000 euros por barba. La notoriedad profesional y el prestigio social de quienes le acompañaban no ha sido gancho suficiente para atraer voluntarios. Malos tiempos para la lírica, sobre todo si el verso corre a cargo del tal Ricardo Díaz, desafortunado portavoz del grupo, cuyo perfil racista habla bien a las claras de la catadura del personaje. Y como él, el resto de la cuadrilla.

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