Este fin de semana vamos a vivir situaciones que no son
nuevas. Coyunturas que se repiten cada año por estas fechas y que de no ser por
la distancia en el tiempo podrían pertenecer a algún capítulo del Lazarillo de
Tormes o de El Buscón, porque están a caballo entre la picaresca y la sátira.
Se resume en dos palabras: maletines y transistores. Y aunque
las ciencias adelantan que es una barbaridad y las aplicaciones de los móviles
adquieren tremendas velocidades, continúan utilizándose los mismos aparatos de
recepción, y perduran los maletines porque con el cash hay menos posibilidades
de dejar rastro alguno que pueda husmear el Tebas de turno.
Este es un fin de semana que huele a maletines y
transistores. Pero también, como suele ocurrir en otras ocasiones hay tufo a
matemáticas porque a los clubes que no han estudiado lo suficiente durante el
curso no les salen las cuentas y se dedican a esperar un tropezón del vecino
que puede acabar siendo más que favorable. Es ese momento en el que a algunos
se les escucha decir lo de "Yo soy de tal equipo de toda la vida",
cuando con todo lo que desconocen se podría escribir una docena de volúmenes de
la historia de esa sociedad.
Basta echar un vistazo a la clasificación de la llamada mejor
Liga del mundo para comprobar que algunos se aferran tanto al tropiezo del
rival como al acierto propio. En la parte alta casi todo está decidido.
Fundamentalmente falta determinar que el Valencia cumpla con su obligación en
Sevilla. Con Valverde deshojando la margarita sobre su futuro, el del Valencia
pasa por el Pizjuán. Depende de sí mismo para garantizarse entrar en el
cuarteto de Champions (con los consiguientes cerca de 18 millones de euros de
beneficios) sin necesidad de tener que agradecer un favor del Dépor, que
bastante tiene con lo suyo. Porque de la misma manera, con una victoria ante la
Real eludiría tener que purgar sus penas en Segunda.
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