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jueves, 9 de mayo de 2013

Tiempo de trampas... (I)


J. V. Aleixandre
Hablemos de trampas... y de tramposos (mañana, aquí mismo y a esta misma hora, con permiso de la autoridad). Es lo que toca, si nos atenemos al calendario futbolístico no escrito, que importa tanto como el explícito. Estamos en el trecho final de temporada, cuando muchos equipos -no todos- lo tiene ya todo hecho y pueden permitirse ciertos lujos: ahora arranco, ahora me planto: aquí acelero, allá freno... Todo depende del color y la cantidad de los billetes. Un paquete de este lado, un fajo por aquel otro.... Hablamos de primas directas e indirectas; por ganar y por dejarse perder. Nada nuevo bajo es sol, nada que no se sepa, nada que todos los años, la autoridad competente, ya sea propiamente futbolística e incluso política, no prometa erradicar poniendo todos los medios a su alcance. Una vieja cantinela, tantas veces reproducida, que ya nadie le presta atención. Lo de siempre.
En este país (tanto valenciano como estatal) bajar de categoría futbolística se considera, en muchos pueblos y ciudades, una catástrofe. Hasta tal punto que, cuando ello sucede, alcaldes, vara de mando en ristre, y regidores en persona, encabezan manifestaciones de protesta no se sabe muy bien contra qué clase de poderes fácticos o virtuales, con el fin de desfacer el entuerto y evitar el drama. ¿Qué no harán, pues, ciertos presidentes de clubs o sus jugadores, que viven la tragedia en primera persona, para apartar de si el cáliz del descenso? Pues lo que haga falta. Y más. Primarse a si mismos, a los otros y a los de más allá.
En lo concerniente a las primas a terceros, se da la circunstancia de que su ilegalidad no se sustenta en fundamentos claros. Los jurisconsultos que avalan su prohibición esgrimen que ese estímulo favorece a los equipo ricos, que siempre disponen de más dinero para pagarlas. El argumento es bastante débil. Valga un ejemplo: en su época de mayor precariedad económica fue cuando el Valencia más recurrió a esa treta de primar a los rivales de sus rivales. Todo club tiene siempre un(os) hincha(s) dispuesto(s) a tirar de cartera y recompensar a quien le venga en gana, por haber logrado una victoria. O al menos, a hacerse pasar por tal, desde su condición civil, que no de dirigente. Y a ver quien le dice algo. ¿El divertido ministro Montoro? Que empiece a investigar.
Se da, además, la curiosa paradoja de que este ardid, tan perseguido por los guardianes del honor y la pureza futbolística, está no sólo permitido, sino muy bien visto en el ciclismo. El líder de una carrera puede primar a corredores de otro equipo para que le presten su ayuda, en detrimento de terceros. De manera que se levante el pie del pedal o se tira del grupo, se arropa o se abandona a un competidor, en función de si hay o no hay recompensa económica. Y el trato, a veces, se cierra en plena carrera, sin que ningún moralista se escandalice. Al contrario: tal trapacería esta catalogada como un inteligente recurso estratégico.
Otro asunto es pagar por perder. Eso, además de una trampa, es una indecencia. ¿Se da en el fútbol? Es difícil, porque, como deporte colectivo que es, resulta muy complicado poner de cuerdo a once protagonistas. Pero, aún así, ocurre. Chapuceros los hay en todos los lados, incluso aquí. Y ahí esta el escándalo que asoló al calcio hace unos años. Pero acabó por destaparse, juzgarse y condenarse con descensos de categoría incluidos. Un delito de mucho riesgo. ¿Se da en España? Pues a ver quién es el guapo que se atreve a poner la mano en el fuego, a la vista del panorama general reinante. Pero, repito, en la alta competición, dado el despliegue mediático que la rodea, resulta complicado y muy expuesto. Para empezar, habría también que taparle la boca al mensajero. Con lo cual, el precio de la operación se encarece. Pero esta es otra vertiente con más sutilezas, de la que prometo hablarles un día de estos, con más tiempo y espacio. Hoy, como antes decía Pujol y ahora repite Rajoy, no toca.

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