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viernes, 22 de febrero de 2013

La (poca) memoria del Tino

ALBERTO SANTAMARÍA. AYER




VALENCIA.
Todavía recuerdo la primera entrevista que pude hacerle a Alberto Facundo 'El Tino' Costa. Era el 1 de julio de 2010. El Valencia estaba a punto de oficializar su fichaje. Apenas restaban minutos para que el club comunicara su llegada a través de la página web y yo había podido contactar con el que, sin duda, era el gran protagonista del día. Lo tenía al otro lado del teléfono. Pero el argentino, que estaba de vacaciones, era un poco reacio a atenderme. Lógico. Su traspaso aún no era público a pesar de que todo estaba cerrado. Al final, un poco a regañadientes, lo convencí. Aquel día, el centrocampista sólo habló para el que fue mi programa.
Tras las tópicas preguntas acerca de si estaba contento, qué conocía del Valencia y el por qué de su apodo, el Tino, desde su Las Flores natal, me contaba una historia. Su historia. El camino del jugador hasta pisar el césped de Mestalla, había sido uno de los más duros que yo había escuchado jamás. Mis ojos crecían como platos al escuchar como un joven Alberto, con apenas 16 años, decidió tirarle un par de narices a la vida. En plena adolescencia salió de Buenos Aires y puso rumbo a Guadalupe. De la mano de un médico amigo de la familia y dueño de un club en esta isla caribeña, probó suerte en una Liga algo más que menor. Allí estudiaba, trabajaba y le pegaba patadas al balón con el sueño de llegar algún día a la Primera División francesa. Y por fin, después de varios intentos fallidos, fichó por el RC París de Tercera. A partir de ahí, el esfuerzo y el sacrificio de un tipo hecho a sí mismo, había convertido su carrera en un cohete hacia el triunfo.
Tino Costa en el momento de retirarse a los vestuarios tras la expulsión

Minutos después de despedirlo tras agradecer su amabilidad, me vino a la cabeza una reflexión. Sin entrar a valorar su rendimiento sobre el campo -apenas había visto de él unos cuantos de videos en youtube defendiendo la camiseta del Montpellier- estaba convencido de que Braulio había fichado a un muy buen chaval. A una persona que, con la humildad por bandera, había tocado la gloria con las manos. Pero de aquel Tino de hace dos años y medio, al actual, existe un abismo. El ya internacional con la albiceleste parece haber perdido la memoria. Con determinadas actitudes, dentro y fuera del terreno de juego, demuestra que, por momentos, ha olvidado sus orígenes.
El gesto que tuvo al encararse con un aficionado mientras se dirigía hacia los vestuarios tras autoexpulsarse ante el Mallorca es inadmisible. Un profesional no puede enfrentarse nunca contra aquel que le paga. Y estoy seguro que el hincha en cuestión perdería los papeles, pero no me vale como excusa. El futbolista tiene que estar por encima de esas cosas y ser consciente que cuando se viste con el murciélago en el escudo, representa a una entidad que está muy por encima de él. Desde fuera da la sensación que el Tino piensa que el mundo está en su contra, que la grada no lo entiende, que el entorno no lo respeta. Pero el respeto se gana sobre el pasto. Con buenos partidos. Y también fuera de él, con su actitud. Y el argentino, desde su 'no venta' al Spartak de Moscú, es otro. Diferente. Peor.
A pesar de todo, estoy seguro de que el mediocentro puede aportar más en el tiempo que le quede en Valencia. Mucho o poco. Pero para conseguirlo tendrá que recuperar los valores de aquel chaval que con 16 años se echó la manta a la cabeza y, con la humildad por bandera, le ganó la partida a la vida. Si lo logra, seré el primero en volver a creer en él. Como en mi primera entrevista. Cree Tino.

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