J. V. Aleixandre
No habría trampas si no existiera gente que las tiende. El engaño no surge por generación espontánea; al contrario, crece y se cultiva en ambientes debidamente abonados para su desarrollo. Y pocos ecosistemas habrá como éste en el que nos toca vivir, tan propicios para el engaño y la maquinación. Aquí, el que no corre vuela y a quien no domina el arte del garlito, le miran con cara de lástima. Por ejemplo, a la chita callando y con expresión inocente, ciertos moralistas que descubren la paja en ojo ajeno y enseguida denuncian fechorías y falsedades, no observan, como suele ocurrir en estos casos, la viga en la propia retina.
Ahí están algunas de las vacas sagradas del periodismo radiofónico, abrumándonos desde sus púlpitos hertzianos, sin ningún rubor, con sus mensajes comerciales. Son esos comunicadores, como ampulosamente se autodenominan, que han vendido su alma al diablo de la publicidad, no sé yo si por un plato de lentejas o por manjares de más quilates. Desconozco a como anda el kilo de periodista reconvertido en promotor comercial. Pero no será muy barato teniendo en cuenta que se trata casi siempre de voces populares que confieren al mensaje que pregonan, un alto grado de credibilidad, basada en su supuesta honradez. No estamos hablando de pobres parias del periodismo que se regalan -ni siquiera se venden-para dar de comer a la prole. No. Se trata de tipos muy bien remunerados, con aureola de íntegros e incorruptibles. No hace falta dar nombres. (Perro no come carne de perro, reza un viejo aforismo periodístico que yo no quebrantaré, mientras lo hagan ni las vetustas asociaciones de la prensa, ni las nuevas organizaciones profesionales. Ellas sabrán). Pero se les puede escuchar las noches de cada día y las tardes del fin de semana, en las emisoras más barbudas, perorando las excelencias de cualquier marca.
Machaconamente, repiten sus mensajes con la autoridad que les confieren sus inconfundibles voces de especialistas privilegiados, con miles de oyentes en su haber. La mayoría de estos, confusos y confiados, no aciertan a discernir entre sus sermones de opinión y sus consignas comerciales remuneradas. Un revoltijo entre propaganda e información, todo mezclado.
De modo que su contribución publicitaria se confunde con su aportación periodística. Se trata de un formato aparentemente amable, encubierto, que es el modelo de propaganda más tramposo y grosero.
Tertulianos de pertinaz presencia en las ondas y altisonantes expertos en la materia -pincipalmente futbolística- ponen su voz en cuñas que anuncian, desde coches, a jamones, pasando por bebidas. Pero, sobre todo, prometen al personal grandes ganacias si invierten su dinero en las apuestas deportivas. Para ello, adoctrinan a la gente en el protocolo a seguir: cuánto, dónde, cuándo, por quién y cómo jugar. No falta detalle. Apueste usted a lo que sea y su vida será otra, vienen a prometer. Asunto muy delicado, éste. Porque desconozco se si estos voceros son conscientes de que deambulan sobre una delicada maroma. Las trampas futbolísticas, por lo que se viene observando, son vecinas de las apuestas. Aquí, afortunadamente, todavía no ha estallado ningún escándalo de este tipo. Pero si un día sucede: ¿Qué dirán estos solemnes oradores? ¿Cómo justificarán su aportación al negocio? ¿En que delicada posición van a quedar sus posaderas?
La Codorniz, una revista satírica que se editaba en pleno franquismo -había que echarle valor a la aventura- apenas tenía anuncios, por razones obvias. Así que, ingeniosa como era, hizo de la escasez virtud y acuñó el lema de "donde no hay publicidad, resplandece la verdad". Tomad nota, colegas.
Ahí están algunas de las vacas sagradas del periodismo radiofónico, abrumándonos desde sus púlpitos hertzianos, sin ningún rubor, con sus mensajes comerciales. Son esos comunicadores, como ampulosamente se autodenominan, que han vendido su alma al diablo de la publicidad, no sé yo si por un plato de lentejas o por manjares de más quilates. Desconozco a como anda el kilo de periodista reconvertido en promotor comercial. Pero no será muy barato teniendo en cuenta que se trata casi siempre de voces populares que confieren al mensaje que pregonan, un alto grado de credibilidad, basada en su supuesta honradez. No estamos hablando de pobres parias del periodismo que se regalan -ni siquiera se venden-para dar de comer a la prole. No. Se trata de tipos muy bien remunerados, con aureola de íntegros e incorruptibles. No hace falta dar nombres. (Perro no come carne de perro, reza un viejo aforismo periodístico que yo no quebrantaré, mientras lo hagan ni las vetustas asociaciones de la prensa, ni las nuevas organizaciones profesionales. Ellas sabrán). Pero se les puede escuchar las noches de cada día y las tardes del fin de semana, en las emisoras más barbudas, perorando las excelencias de cualquier marca.
Machaconamente, repiten sus mensajes con la autoridad que les confieren sus inconfundibles voces de especialistas privilegiados, con miles de oyentes en su haber. La mayoría de estos, confusos y confiados, no aciertan a discernir entre sus sermones de opinión y sus consignas comerciales remuneradas. Un revoltijo entre propaganda e información, todo mezclado.
De modo que su contribución publicitaria se confunde con su aportación periodística. Se trata de un formato aparentemente amable, encubierto, que es el modelo de propaganda más tramposo y grosero.
Tertulianos de pertinaz presencia en las ondas y altisonantes expertos en la materia -pincipalmente futbolística- ponen su voz en cuñas que anuncian, desde coches, a jamones, pasando por bebidas. Pero, sobre todo, prometen al personal grandes ganacias si invierten su dinero en las apuestas deportivas. Para ello, adoctrinan a la gente en el protocolo a seguir: cuánto, dónde, cuándo, por quién y cómo jugar. No falta detalle. Apueste usted a lo que sea y su vida será otra, vienen a prometer. Asunto muy delicado, éste. Porque desconozco se si estos voceros son conscientes de que deambulan sobre una delicada maroma. Las trampas futbolísticas, por lo que se viene observando, son vecinas de las apuestas. Aquí, afortunadamente, todavía no ha estallado ningún escándalo de este tipo. Pero si un día sucede: ¿Qué dirán estos solemnes oradores? ¿Cómo justificarán su aportación al negocio? ¿En que delicada posición van a quedar sus posaderas?
La Codorniz, una revista satírica que se editaba en pleno franquismo -había que echarle valor a la aventura- apenas tenía anuncios, por razones obvias. Así que, ingeniosa como era, hizo de la escasez virtud y acuñó el lema de "donde no hay publicidad, resplandece la verdad". Tomad nota, colegas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario