J. V. Aleixandre
El panorama del Valencia CF comienza a ser deprimente. Empantanado el proceso de enajenación, no hay forma de resolver su delicada situación financiera, ni de despejar el nublado que se cierne sobre su futuro social. Las fricciones entre los diversos agentes que operan en el club entorpecen la única vía que queda para salir del atolladero: la venta a un comprador solvente y fiable. Bankia, como principal acreedor, tiene la sartén por el mango. Pero parece ignorar que buena parte de su clientela, militante del valencianismo futbolístico, espera de su banco un comportamiento más flexible con el club de sus amores. Desde Madrid, eso no se aprecia. Goirigolzarri no está manejando una operación bancaria al uso. Además de importantes intereses financieros, están en juego los sentimientos de muchos valencianos. Un material delicado que convenientemente manipulado y agitado por demagogos, puede convertirse en un peligroso artefacto explosivo. Ya ha habido ocasión de comprobarlo. Frente a Bankia se ha posicionado el VCF, o mejor dicho, su presidente. Amadeo Salvoes un ególatra que pretende patrimonializar el club en beneficio propio. Confunde sus intereses personales con los de la entidad. Salvo no es el VCF, como tampoco lo eran sus predecesores, la mayoría de ellos caídos en el olvido, mientras el VCF, pese a sus achaques, sigue vivo y coleando.
En medio de ambos bandos, ha intentado mediar la Fundación, aquel organismo concebido y diseñado por Martín Queralt para salvaguardar las esencias del club, garantizar su futuro y vigilar a sus dirigentes. A estas alturas, sin embargo, la Fundación apenas conserva una mínima parte de su espíritu original. Aquellos principios se fueron perdiendo a lo largo de los años, por culpa de la utilización espuria que de ella han venido haciendo la mayoría de sus anteriores dirigentes. Se convirtió en una especie de burdel sin dueño, en el que sus fatuos ocupantes daban satisfacción a sus bajos instintos, buscando el prestigio social del que carecían, sin sentir vergüenza por su vanid0s0 proceder, ni ofrecer contraprestación por los servicios recibidos.
No es el caso actual. El candoroso Aurelio Martínez, es un alma de cántaro que una vez tuvo un sueño del que despertó tras sufrir un contundente revolcón electoral; y otro día vaticinó multimillonarios beneficios para Valencia con la llegada de la Copa del América. O sea, bienvenido Mr. Marshall.Aurelio pensaba, infeliz de él, que podría aplicar sus ortodoxos postulados económicos al VCF. Aún no sabía que el fútbol es una balsa llena de pirañas.
En este campo de batalla, con intereses contrapuestos a flor de piel y rencillas personales subterráneas, el único árbitro con autoridad para imponer orden y zanjar la provisionalidad instalada en el club, es la Generalitat. Al fin y al cabo, fue un Consell del mismo color político que el que ahora padecemos, el que, con la inestimable colaboración del Ayuntamiento del Cap i casal también peperoarrastró a la entidad hasta este cenagal. El vigente statu quo, en lugar de resolver los problemas estructurales del club, como nos prometieron, los ha agravado.
Así que, por coherencia con la herencia política recibida, por la obligada solidaridad con su partido y por una ineludible responsabilidad histórica, urge la intervención del Consell para desatascar el embudo en el que unos y otros han sumido al club. Tampoco conviene olvidar al respecto, las inestimables aportaciones de los bochinches mediáticos.
El vicepresidente Císcar, experto en afrontar marrones, debería tomarse el futuro del VCF como una cuestión personal. Que lo es. Aunque sólo sea recordando su vieja militancia futbolera.
En medio de ambos bandos, ha intentado mediar la Fundación, aquel organismo concebido y diseñado por Martín Queralt para salvaguardar las esencias del club, garantizar su futuro y vigilar a sus dirigentes. A estas alturas, sin embargo, la Fundación apenas conserva una mínima parte de su espíritu original. Aquellos principios se fueron perdiendo a lo largo de los años, por culpa de la utilización espuria que de ella han venido haciendo la mayoría de sus anteriores dirigentes. Se convirtió en una especie de burdel sin dueño, en el que sus fatuos ocupantes daban satisfacción a sus bajos instintos, buscando el prestigio social del que carecían, sin sentir vergüenza por su vanid0s0 proceder, ni ofrecer contraprestación por los servicios recibidos.
No es el caso actual. El candoroso Aurelio Martínez, es un alma de cántaro que una vez tuvo un sueño del que despertó tras sufrir un contundente revolcón electoral; y otro día vaticinó multimillonarios beneficios para Valencia con la llegada de la Copa del América. O sea, bienvenido Mr. Marshall.Aurelio pensaba, infeliz de él, que podría aplicar sus ortodoxos postulados económicos al VCF. Aún no sabía que el fútbol es una balsa llena de pirañas.
En este campo de batalla, con intereses contrapuestos a flor de piel y rencillas personales subterráneas, el único árbitro con autoridad para imponer orden y zanjar la provisionalidad instalada en el club, es la Generalitat. Al fin y al cabo, fue un Consell del mismo color político que el que ahora padecemos, el que, con la inestimable colaboración del Ayuntamiento del Cap i casal también peperoarrastró a la entidad hasta este cenagal. El vigente statu quo, en lugar de resolver los problemas estructurales del club, como nos prometieron, los ha agravado.
Así que, por coherencia con la herencia política recibida, por la obligada solidaridad con su partido y por una ineludible responsabilidad histórica, urge la intervención del Consell para desatascar el embudo en el que unos y otros han sumido al club. Tampoco conviene olvidar al respecto, las inestimables aportaciones de los bochinches mediáticos.
El vicepresidente Císcar, experto en afrontar marrones, debería tomarse el futuro del VCF como una cuestión personal. Que lo es. Aunque sólo sea recordando su vieja militancia futbolera.
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