J. V. Aleixandre
Como un huevo sin sal o un jardín sin flores. Así son los partidos de fútbol sin público en las gradas. Insípidos, con poca razón de ser. Y contemplados por televisión, como el de la otra noche en Nicosia, todavía resultan peor. Sin acompañamiento ambiental, la banda sonora de los estadios semivacíos queda reducida tan sólo a los gritos histéricos de los porteros, impartiendo órdenes a sus defensas los demás jugadores ¿no se hablan entre ellos?; ¿tan feroz es la competencia que ni se dirigen la palabra, o es que se comunican sólo por señas? Lo bien cierto es que el fútbol, sin el fondo sonoro del público aunque eso implique soportar a veces la irritante matraca de bombos, tambores y demás instrumentos de cargante percusión resulta tan extraño como empezar a moverse una mañana sin el sonsonete de las tertulias radiofónicas, con las voces tronantes de sus omnisapientes charlatanes.
La aridez que desprende un encuentro carente del envoltorio sonoro resulta hiriente. De tal manera que, huérfanos de la narración de Rovira desde que, con el apagón de Radio Nou, lo silenciaron, uno opta por conectar el audio del televisor. Al fin y al cabo, los locutores y comentaristas de Cuatro no son tan estridentes e insoportables como Carlos Martínez, el del Plus, que parece estar convencido de que el fútbol es un juego inventado exclusivamente para que él lo narre, como si fuera imposible entender el uno, sin el otro. Martínez nos grita como un poseso y nos cuenta, al mínimo detalle, con todos los pormenores, aquello que ya estamos observando en las imágenes (que valen más que sus miles de palabras incesantes). «Ahí tienen a los capitanes de ambos equipos, Fulano por el Real Deportivo, y Zutano por la Unión Balompédica; ambos se saludan estrechando sus manos; intercambian banderines y se disponen a escoger la superficie de la moneda que el colegiado lanza al aire tras preguntar a cada uno su elección; ahora intercambian banderines y vuelven a entrelazar sus manos, la del árbitro, la de sus auxiliares....». Todo eso, a grito pelado, como si fuéramos sordos recalcitrantes y ciegos de nacimiento. Y el balón todavía no ha comenzado a rodar. Imagínense la que les/nos aguarda. El tal Martínez actúa como si no fuera posible seguir el partido sin su presencia. Sencillamente, insufrible.
Ya digo que no fue este el caso de Cuatro y su transmisión del Dinamo-Valencia. Un partido que los dePizzi ganaron al tran-tran y en el que Diego Alves volvió a mantener imbatida su puerta. Y eso a pesar de las consabidas trastadas de Ricardín, convertido en el delantero más peligroso de Kiev. Es que no para de enredar en el área propia, el tio.
La aridez que desprende un encuentro carente del envoltorio sonoro resulta hiriente. De tal manera que, huérfanos de la narración de Rovira desde que, con el apagón de Radio Nou, lo silenciaron, uno opta por conectar el audio del televisor. Al fin y al cabo, los locutores y comentaristas de Cuatro no son tan estridentes e insoportables como Carlos Martínez, el del Plus, que parece estar convencido de que el fútbol es un juego inventado exclusivamente para que él lo narre, como si fuera imposible entender el uno, sin el otro. Martínez nos grita como un poseso y nos cuenta, al mínimo detalle, con todos los pormenores, aquello que ya estamos observando en las imágenes (que valen más que sus miles de palabras incesantes). «Ahí tienen a los capitanes de ambos equipos, Fulano por el Real Deportivo, y Zutano por la Unión Balompédica; ambos se saludan estrechando sus manos; intercambian banderines y se disponen a escoger la superficie de la moneda que el colegiado lanza al aire tras preguntar a cada uno su elección; ahora intercambian banderines y vuelven a entrelazar sus manos, la del árbitro, la de sus auxiliares....». Todo eso, a grito pelado, como si fuéramos sordos recalcitrantes y ciegos de nacimiento. Y el balón todavía no ha comenzado a rodar. Imagínense la que les/nos aguarda. El tal Martínez actúa como si no fuera posible seguir el partido sin su presencia. Sencillamente, insufrible.
Ya digo que no fue este el caso de Cuatro y su transmisión del Dinamo-Valencia. Un partido que los dePizzi ganaron al tran-tran y en el que Diego Alves volvió a mantener imbatida su puerta. Y eso a pesar de las consabidas trastadas de Ricardín, convertido en el delantero más peligroso de Kiev. Es que no para de enredar en el área propia, el tio.
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